miércoles, 24 de septiembre de 2008

El Cachorro



A veces la vida te sorprende. O dicho de otro modo: las casualidades van marcando tu destino. Quien me conoce sabe cómo nació "La sangre de los crucificados". Un accidente en un ojo me obligó a estar boca abajo durante más de un mes. No podía levantar la cabeza para nada, ni para andar, ni para comer, ni para ver la tele, ni para dormir... Pero bueno, ésa es otra historia. Lo cierto es que tanto tiempo postrado me permitió pensar y reflexionar sobre casi todo. Al poco pude empezar a leer, eso sí, sin dejar de mirar hacia abajo.
Fue cuando descubrí la leyenda de El Cachorro: un escultor desesperado por su falta de inspiración para esculpir un Cristo moribundo, se encuentra por casualidad con un gitano que agoniza tras una reyerta. Ese gitano al que apodan El Cachorro se convertirá, gracias a la gubia de Ruiz Gijón, en uno de los crucificados más bellos de la imaginería española.
Días antes de mi accidente había visitado el Hospital de la Caridad en Sevilla, una de las joyas barrocas más desconocidas... y más hermosas. Otro día hablaré sobre este lugar.
Curiosamente me enteré de que el Hospital de la Caridad y El Cachorrro son de la misma época. Se llevan diez años. En ese preciso momento comenzó a gestarse "La sangre de los crucificados".

miércoles, 17 de septiembre de 2008

12 de marzo de 2004

Llovía a mares en Sevilla. Al fondo, la estación de Santa Justa. El agua y la luz de las farolas coquetean, formando un halo en el cielo. Sobre el puente miles de paraguas manifestándose silenciosamente con rabia contenida por el atentado de la mañana anterior. Fue un día triste, un día de luto. Pero por esos caprichos del destino, en esa misma noche, mi amigo Pedro comenzó su aventura de amor con Mariola. Allí están ellos, en medio de esa dolida marabunta. Ahora tienen una niña muy bonita. Le llamaron Candela. Quizás en recuerdo de esas luces que iluminaron sus rostros aquella noche en que homejeamos a las víctimas de Madrid.

Miradas



No hace mucho me enteré de la existencia de un fotógrafo cubano, Eladio Reyes. Desgraciadamente para él, no sólo es conocido por la calidad de su obra, muy meritoria por otra parte. Resulta que Eladio Reyes es ciego. Sí, lo he dicho bien, un fotógrafo ciego. Parece que distingue algo de claridad y en eso se basa para saber donde tiene que colocarse y disparar. Un lazarillo le ayuda a realizar su trabajo y a asesorarle sobre las imágenes tomadas.


Es difícil imaginar lo que Eladio Reyes daría por poder disfrutar de sus fotos; o mejor aún, por ser capaz de captar todos los matices de una puesta de sol o de la inmensidad de un paisaje para plasmarlo en un papel.


Mucha gente no valora los dones de los que goza. Vive a toda prisa, mirando únicamente hacia delante, sin saber muy bien adónde va. Conduce por la carretera sin fijarse en las formas de las nubes. Camina por la ciudad sin percatarse de la influencia de la luz, natural o artificial, en los edificios. Es capaz de hacer un viaje en tren sin ni siquiera echar un vistazo a través de la ventana para contemplar el paisaje. Se imbuye en una película o en el ordenador portátil y se pierde paisajes que nunca volverá a contemplar de la misma manera.


Los edificios, las montañas, el mar permanecen inalterables en su sitio y, sin embargo, son distintos cada vez que los miramos. La luz los hace diferentes en cada estación del año y en cada hora del día, pero no debemos obviar que lo que determina nuestra visión de las cosas es la predisposición que tenemos para contemplarlas. Nuestro estado de ánimo es fundamental para mirar de una u otra manera. Ya se sabe, no hay peor ciego que el que no quiere ver. A Eladio Reyes le falta el sentido de la vista pero tiene el don de ver más que la inmensa mayoría de la gente.


Yo, desde pequeño, tengo un ojo vago. El problema se me ha ido agravando con la edad. Para colmo, ese ojo sufrió un accidente hace tres años, lo que ha provocado que haya perdido prácticamente la totalidad de la visión. Las retinas tienen esas cosas. El rosario de operaciones únicamente ha conseguido que el globo ocular se mantenga en su sitio y, al menos, adorne. Mejor que nadie, puedo decir que mi hija es mi ojo derecho.


Quizás por ello, disfruto más de lo que veo. Y cuando un rayo de sol es capaz de hacerse paso a través de un puñado de nubes tormentosas, me detengo a contemplarlo. Me abstraigo de la vorágine que nos rodea y ese haz de luz valiente me hace sonreír. Si además, me pilla con la cámara cerca puedo hasta olvidarme del resto del universo. El resultado da un poco lo mismo. Lo que tiene valor es el hecho de saber mirar. Algunas personas critican a aquéllas que disparan sus digitales como posesas allá por donde van. A lo mejor, mirar el mundo a través de un visor o una pantalla te ayuda a mirarlo. Lo triste sería necesitar una cámara para mirar el mundo o mirarlo solamente cuando usas la cámara.


Más que fotógrafo, me reconozco un cazador, o quizás un rescatador, de imágenes. Miro, espero, miro, calculo, miro, respiro, miro, ¡disparo!, miro, sonrío. Acabo de obtener una imagen que nunca morirá. Quiero tener el privilegio de ir compartiendo algunas de ellas, con sus respectivas historias, con quien se asome a esta ventana.