miércoles, 18 de febrero de 2009

Un carnaval silencioso

La palabra Carnaval parece que tiene que ir unida a bullicio o jolgorio. Y si no que se lo digan a los gaditanos, a los canarios o a los brasileños. Ellos celebran el Carnaval con gran estruendo. A mí, como no me gusta el ruido, no me entusiasman los carnavales.
En teoría, un fotógrafo debería de disfrutar con una cámara en ristre, disparando a diestro y siniestro entre una marabunta de piratas, payasos, trogloditas o extraterrestres entonando popurrís al ritmo de un pito de carnaval. Pero, que quieren que les diga, teniendo Cádiz a tiro de piedra y buenos amigos gaditanos, aún no me he visto con fuerzas de abordar tal tarea.
En febrero del año pasado, Pilar me preparó un viaje sorpresa a Venecia. Y sorpresa fue la que me llevé yo al descubrir unos carnavales silenciosos. No es que me encantasen, pero al menos se podían oír a las gaviotas mientras los cientos (o miles) de turistas acribillaban a disparos fotográficos a unos cuantas personas disfrazadas en el muelle junto a la Piazza San Marco.
Sin darme cuenta, ya he descrito el Carnaval de Venecia. Pues eso, decenas de hombres y mujeres, espectacularmente ataviados, portando bellísimas máscaras. Posaban en los lugares más bonitos y estudiados (se movían dependiendo del sol para facilitar la calidad de las imágenes) con el único propósito de obtener el mayor número de fotos de las legiones de turistas que les perseguían como posesos, tratando de captar una instantánea en la que no se colara otro turista. Tom Cruise lo tuvo más fácil en Misión Imposible.
Quizás se pregunten si fui uno más de esos posesos. Sí y no. He de reconocer que el primer día caí en la tentación del colorido de las máscaras y gasté algunos carretes en colorines (que el dios del blanco y negro me perdone). Pero una vez visto el percal, el día siguiente fue más divertido.
Ocurrió que nos agenciamos unas capas negras y nos compramos el kit de maschera nobile: careta blanca, pañuelo de seda y sombrero de tres picos. Al fin y al cabo, se trata del disfraz más genuino de Venecia, ya que los vestidos pomposos vinieron después. Ataviados de tal guisa, nos paseamos por puentes, plazas y canales, posando para turistas y respondiendo al agradecimiento que nos mostraban, realizando una sutil reverencia con la cabeza. Jamás pensé que llegaría a confesar que bajo la máscara del tipo de la imagen de abajo, se encuentra un servidor haciendo las delicias de un puñado de turistas... y de Pilar que se partía de la risa mientras fotografiaba la estampa.
Y ellos tan contentos. Habían conseguido una magnífica foto de todo un veneciano auténtico. Tan auténtico como un finlandés vestido de corto en la Feria de Abril de Sevilla.