Otra entrada más. A veces, por no decir siempre, es mejor estar callado. Para más inri, don Fernando de Zúñiga lleva unos días solicitándome un hueco en esta bitácora para emitir un importante comunicado. Tendrá que esperar porque a mi amigo Joaquín le ha pillado un novillo esta semana.
Yo no soy especialmente aficionado a las corridas de toros. Incluso me atrevería a decir que no me gustan. Eso sí, respeto las tradiciones aunque puedan parecer bárbaras. Tampoco entiendo a esos activistas que son capaces de movilizarse por defender a un animal, y provocar a un pueblo que durante siglos ha disfrutado de las fiestas con toros de por medio. Y no es por dar ideas, pero no quiero ni pensar lo que ocurriría si un año de estos se les ocurre hacer cincuenta kilómetros más y pasar de Tordesillas a Villalpando. No creo estar haciendo demagogia barata si digo que hay muchos otros motivos en los que gastar esas movilizaciones: en cualquiera en los que sufran sean seres humanos.
Pero hablaba de la cornada de Joaquín que a fuerza de tesón, arte y valentía, se está haciendo un merecido hueco en el difícil mundo de la tauromaquia con su apellido: Angelino de Arriaga.
De Joaquín admiro su humildad y su ambición, claves para triunfar en cualquier ámbito. Y también admiro su valor. Su valor por la descarada manera de enfrentarse a los toros pero, sobre todo, su valor por haber dejado su familia en México siendo niño para luchar en España por un sueño. Hoy tiene dieciocho años y una cornada de veinticinco centímetros que le ha afectado la femoral, pero estoy seguro de que no le va a afectar ni su fe, ni su moral.
Es de esa clase de hombres hechos de otra pasta. Hoy, más que lamentarse por su pierna, lo hacía por los siete festejos que se iba a perder esta temporada.
Querido Joaquín, piensa en cuidarte porque las plazas estarán ahí cuando te recuperes. Y tendrás más oportunidades. Eres torero y serás uno de los grandes. Al tiempo.
Yo no soy especialmente aficionado a las corridas de toros. Incluso me atrevería a decir que no me gustan. Eso sí, respeto las tradiciones aunque puedan parecer bárbaras. Tampoco entiendo a esos activistas que son capaces de movilizarse por defender a un animal, y provocar a un pueblo que durante siglos ha disfrutado de las fiestas con toros de por medio. Y no es por dar ideas, pero no quiero ni pensar lo que ocurriría si un año de estos se les ocurre hacer cincuenta kilómetros más y pasar de Tordesillas a Villalpando. No creo estar haciendo demagogia barata si digo que hay muchos otros motivos en los que gastar esas movilizaciones: en cualquiera en los que sufran sean seres humanos.
Pero hablaba de la cornada de Joaquín que a fuerza de tesón, arte y valentía, se está haciendo un merecido hueco en el difícil mundo de la tauromaquia con su apellido: Angelino de Arriaga.
De Joaquín admiro su humildad y su ambición, claves para triunfar en cualquier ámbito. Y también admiro su valor. Su valor por la descarada manera de enfrentarse a los toros pero, sobre todo, su valor por haber dejado su familia en México siendo niño para luchar en España por un sueño. Hoy tiene dieciocho años y una cornada de veinticinco centímetros que le ha afectado la femoral, pero estoy seguro de que no le va a afectar ni su fe, ni su moral.
Es de esa clase de hombres hechos de otra pasta. Hoy, más que lamentarse por su pierna, lo hacía por los siete festejos que se iba a perder esta temporada.
Querido Joaquín, piensa en cuidarte porque las plazas estarán ahí cuando te recuperes. Y tendrás más oportunidades. Eres torero y serás uno de los grandes. Al tiempo.
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