Las avalanchas sin sentido en lugares públicos en los que no existen las suficientes medidas de seguridad no son nuevas.
Hoy se cumplen exactamente cien años de una de las tragedias más dolorosas para los bilbaínos. Aquella tarde lluviosa del domingo 24 de noviembre de 1912, mientras el cinematógrafo proyectaba una película de ladrones en un teatro de madera cerca de la plaza Elíptica de Bilbao, alguien gritó "¡Fuego!", causando la confusión entre el público que abarrotaba el local. El miedo ciega y los aterrorizados espectadores no fueron capaces de dar de inmediato con las salidas, algunas de las cuales estaban cerradas, lo que originó la aglomeración, aplastamiento y asfixia de los primeros que llegaron cerca de las puertas.
Murieron 44 niños y dos adultos. Dicen las crónicas que el recorrido del cortejo fúnebre desde La Casilla hasta la estación de ferrocarril para tomar "el tren de los muertos" que conducía al cementerio de Derio ha sido uno de los eventos más sobrecogedores de Bilbao. No cuesta imaginarse a más de cuarenta mil personas en silencio, entre los desgarradores gritos de las madres de los fallecidos, al paso de 2 ataúdes negros y 44 ataúdes blancos.
Esta desgracia tuvo lugar en los años en los que se desarrolla La ciudad de los ojos grises. Sin embargo, no encontró un hueco en la trama. Hoy, cien años después, he querido tener un recuerdo para todas aquellas víctimas de una tragedia que, al igual que otras muchas, pudo evitarse.
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