Transcribo el artículo publicado en El Correo del lunes 23 de abril por Jon Uriarte en su magnífica sección Bilbaínos con diptongo:
Bilbao fue "La tacita de plata". Como lo leen. Con permiso de Cádiz, la capital de Bizkaia también lució ese sobrenombre. Lo desconocía. Pero una novela me lo ha descubierto. "La ciudad de los ojos grises". En ella podemos recorrer el Bilbao de finales del XIX y comienzos del XX y ser testigos de la revolución industrial, la llegada de la España inmigrante, el nacimiento del socialismo y el nacionalismo, la creación de sociedades como el Athletic o el Sitio, la expansión hacia el Ensanche y las riberas de la ría y el descubrimeinto de que también tuvimos una Belle Époque. De eso trata la nueva obra de Félix G. Modroño. Su protagonista es Bilbao. Le acompañan un paisano que regresa de París, una misteriosa mujer, un extraño crimen y un puñado de secretos. Pero hay más. En ella descubrirán rincones olvidados de nuestra tierra. El Tilo del Arenal, el Café Boulevard, el restaurante Amparo, la Misericordia, San Nicolás, el Arriaga tras el incendio, el cementerio de los ingleses... Están todos. Incluso un incipiente Puente Colgante que crece mientras contempla, sobre la ría, el cambio de siglo. También hay mucho de intrahistoria y de carácter. La escena en la que los dos hermanos se saludan con sobriedad, tras largo tiempo sin verse, es todo un retrato costumbrista. Como nuestro intransferible concepto de cuadrilla o la singular liturgia en el beber y el comer. De alguna manera, supone repasar un capítulo del gran álbum de Bilbao. Y no es uno cualquiera.
Félix tiene su campo base en Sevilla, pero su cordada sigue puesta en Bilbao. Clásico emigrante bilbaíno. Nunca te vas del todo. La semana pasada presentó su novela, con Iñaki Azkuna como maestro de ceremonias, en la Sociedad Bilbaína. Días antes lo había hecho en Madrid ante una concurrencia que ocupó los asientos de la Euskal Etxea. Algunos, madrileños. Pero la mayoría eran gentes que viven y trabajan en el viejo foro convencidos de que están de paso, aunque sea para siempre. En esta ocasión, fue un servidor quien colaboró en la presentación. Y pude comprobar cómo los presentes afinaban el oído ante el descubrimiento de que nuestra villa tuvo tal denominación. Pero es cierta. Bien lo sabe el alcalde de Bilbao. En su discurso del bicentenario de Juan Crisóstomo Arriaga arrancó diciendo: "Fue bilbaíno del Bilbao de entonces, de la tacita de plata como le llamaban los castizos". El origen del mote se me escapa. Quizás responda a, como apunta Félix, la forma de los mapas del siglo XIX. Y puede que explique muchas cosas. Les contaré algo. Siendo niño y mal comedor -quién me ha visto y quién me ve-, me animaban a beber la taza de leche hasta un punto. Allá donde aparecía dibujado un pato. Así, tras los "no puedo, un poquito más, estoy lleno, venga que luego hay premio...", acababa descubriendo el ánade entre gritos de alegría. Ahora sucede algo similar cuando llego a Bilbao, taza gris de mis rincones, sabores y gentes. Solo que, en este caso, quiero bebérmela entera. Y no soy el único. En Madrid vi muchos ojos grises. Los mismos que luce el cielo del Botxo cuando te mira. También se tornan grisáceos los ojos de quien nos descubre. De hecho, en aquella sala escuché promesas de visita, piropos encendidos y preguntas limpias de polvo y sospecha. Tenían interés por conocernos, más allá del Guggenheim. Solo por eso merece aplauso. Siento un profundo respeto por todo paisano o paisana que tiene un par, amén de un aseado verbo, para enmarcar sus relatos en nuestra tierra.
Hoy es el día internacional del libro. Si tienen ocasión, pásense por los puestos de la calle Berastegui y encontrarán joyas literarias. Pero, si quieren algo más, háganse con uno de esos libros que eligieron Bilbao para depositar su tinta. Hay un buen puñado de títulos. Y merecen la pena. En esas páginas estamos todos. Solo tienen que buscar las suyas. Si un niño encontró su pato en una taza de leche, usted puede encontrar su libro en una tacita de plata. En Bilbao, la ciudad de los ojos grises.
4 comentarios:
Estoy leyendo la novela y desde luego la historia de amor ya me ha enganchado, como no lo va a hacer con los tiempos que corren...
Ahora la pena es que amores que duran incluso décadas está claro que solo existen en el cine y los libros. En la vida real desgradiadamente es otra historia.
Yo al menos no conozco absolutamente a ningún hombre (supongo que mujeres tampoco) que se arrebate ante la idea de ver a su primer amor quinceañero. Quizás pueda tener curiosidad ver como le ha tratado el tiempo, pero de ahí a que pueda sentir algo aún, o apasionarse. Hoy en día casi es ciencia ficción.
Quería estar en tu presentación en Valencia que me enteré por una amiga pero al final no pude. ¡Qué pena porque la estoy leyendo y me está encantando!.
Es una preciosa historia de amor. No sé donde he leído algo de tintes autobiográficos. Si es así vaya suerte a ver vivido un amor así. Los demás nos contentaremos con vivirlo a través de estas páginas. Gracias
Por eso, anónimo: me planteé ubicar la historia en otro tiempo. De todos modos, soy de los que creen que los que escribimos ficción, tenemos que maquillar la realidad para hacerla creíble.
Espero que le siga enganchando hasta el final.
Saludos.
Nada, Saray. Te espero para la próxima. Me alegra que estés disfrutando con la historia.
En cuanto a los de tintes autobiográficos, supongo que todas las novelas tan personales los tienen, aunque he de decir que más que a los hechos, me refiero a las emociones.
Un afectuoso saludo.
Según iba leyendo me imaginaba que mi amama era uno de los personajes que paseaban por el Arenal, enamorada como Izarbe.
Gracias por esta historia tan bonita y por descubrirme rincones que desconocía a pesar de ser de Bilbao de toda la vida ...
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