martes, 25 de noviembre de 2008

Tabernas sevillanas

A Sevilla, al igual que al resto de ciudades, le resulta casi imposible escaparse por completo de las garras de la globalización. Las calles de las urbes se parecen cada vez más las unas a las otras y los establecimientos de las grandes marcas son todos iguales copando, además, los mejores emplazamientos, hasta hace bien poco ocupados por las tiendas de toda la vida; esto hace que el paisaje urbano de las capitales de provincia y de los pueblos importantes sea más que similar. Además, la gente compra la misma ropa, la misma comida o los mismos muebles por lo que al final todos, aparentemente, terminaremos pareciéndonos.
Por eso es de agradecer que en estos tiempos que corren, llenos de prisas y de preocupaciones, todavía queden algunos reductos con identidad propia en los que sea posible relajar la mente mediante una terapia a base de tapeo, una buena tertulia con los amigos y, si se tercia, disfrutando de música en directo. En Sevilla, afortunadamente, ha habido gente que ha sabido mantener muchos de estos lugares de antaño para deleite de los que viven la ciudad o la visitan atraídos por su encanto.
Existe un buen número de bodegas y tabernas en las que es posible degustar una sabrosa tapa, tomar un buen café o tener la oportunidad de escuchar flamenco o flamenquito, que no es lo mismo. Para la mayoría, le es suficiente con las rumbas o sevillanas de “Lola de los Reyes” o de “la Anselma” en Triana donde la clientela nunca sale defraudada; pero si se buscan emociones más fuertes, es posible que nos encontremos con locales menos conocidos donde algún espontáneo se arranque con una soleá. Matías, en el barrio del Arenal, regenta uno de estas tabernas en el lugar que antiguamente ocupaba una abacería; aquí siempre hay una guitarra afinada a disposición de quien se atreva con ella. Cuando Eugenio la acaricia, se hace el silencio y Guillermo o Luis nos pueden cautivar con un tanguillo o una bulería. Algunos de sus asiduos incluso no necesitan instrumento para cantar porque llevan la música en la voz, tienen ese don de llevar el son en las cuerdas vocales. Si baja el duende –como dice Matías- los aficionados pueden disfrutar de lo lindo; él mismo canta las sevillanas de “El Pali” como se las oyó al maestro.
Junto a estos lugares que encuentran su mejor momento bien avanzada la noche, existen montones de bares cuyo encanto reside en degustar las buenas tapas que preparan; algunos de ellos además lo vienen haciendo desde hace muchos años. Aunque parezca difícil de creer, aún quedan antiquísimas tabernas que ya refrescaban a nuestros antepasados antes de que alguien inventara la primera tapa, “tapando” un vaso de vino con una loncha de jamón. Se dice que fue el rey Alfonso XII en una de sus visitas a Cádiz el afortunado con aquella lisonja y encantado con el “invento” pidió otro vaso de vino “con tapa”. Bastante antes de aquello, en el siglo XVII, “El Rinconcillo”, detrás de la iglesia de Santa Catalina, ya había abierto sus puertas en 1670, por lo que tiene el honor de ser la taberna más antigua de la ciudad. Toda su decoración como su carpintería o sus azulejos hacen que nos demos cuenta enseguida de que estamos en un recinto único. Si tenemos suerte y no llegamos a una hora punta, es fácil fantasear e imaginarse a un caballero de capa y espada, bebiendo una jarra de vino en la mesa de al lado. No en vano, constituye uno de los escenarios de “La sangre de los crucificados”. Muy cerca está “Los Claveles”, bastante más reciente, ya que “sólo” data de 1841 y menos restaurada que su vecina pero digna, igualmente, de visitar para probar los montaditos de melva. Por la misma zona, en la Plaza de la Encarnación, podemos tomar una cerveza o un café en “Los Alcázares”, de 1902, preferiblemente después de comer en una tarde soleada de invierno, justo cuando el sol realza el barniz de las viejas sillas de madera.
Pero bodegas y tabernas en Sevilla no faltan y si en una puedes admirar sus viejos mosaicos, en otra puedes comerte una “pringá” (no deberían perderse la que preparan en la Bodeguita Romero) o contemplar un vetusto cartel de una corrida de toros o de las Ferias de Primavera o... simplemente beber una cerveza. “Casa Morales” en la calle García de Vinuesa es otra de esas tascas con encanto; desde 1850 vienen cuidando a su clientela en un ambiente que ha respetado el gusto por lo añejo y que conserva muchos detalles de otros tiempos en los que la vida transcurría más sosegada y era posible una tertulia con los amigos sin que fuera interrumpida por un teléfono móvil. Por cierto, no sería mala idea que a alguien se le ocurriera prohibir el uso de estos aparatos en ciertas tabernas de culto para que no rompieran el hechizo del momento. Otras bodegas centenarias, dignas todas ellas de ser frecuentadas, son “Entrecárceles”, junto a la Plaza de San Francisco, “Bodeguita San José” en calle Adriano y “Bodega San Lorenzo”, cerca del Gran Poder. Volviendo a Triana son muy recomendables dos lugares en la calle Castilla, uno al principio y otro al final; “Casa Cuesta” fue fundada en 1908 y, a pesar de haber sido restaurada recientemente, mantiene el sabor de los viejos cafés. Bien distinto es “Sol y sombra”, un curioso local empapelado por completo (incluidos los techos) de viejos carteles de corridas de toros y con una estupenda cocina.
También en el Barrio Santa Cruz hay numerosos bares, más frecuentados por los turistas: “Las Columnas” -una vieja bodega bajo unos soportales-, el “Giralda” -una peculiar cervecería que data de 1934, asentada sobre unos antiguos baños árabes- o la diminuta taberna “La Goleta” regentada por “Alvaro Peregil” -heredero de una larga saga de taberneros- son sólo algunos ejemplos de lo que nos podemos encontrar en la calle Mateos Gago, antes de adentrarnos en este maravilloso entramado de estrechas callejuelas que componen uno de los barrios más bonitos de nuestra geografía urbana, jalonado de recovecos y tabernas en las que tomar una cerveza es algo más que ir de tapas. Cuando llega la primavera, sentarse en una pequeña terraza y dejarse embriagar por la luz sevillana y por el olor a azahar es uno de esos pequeños placeres al alcance de cualquiera y que todo el mundo debería tener derecho a disfrutarlo alguna vez.
Capítulo aparte merece la taberna “Quitapesares” en la Plaza Jerónimo de Córdoba y su dueño, “Pepe Peregil”, toda una institución en Sevilla. “Peregil” atiende con gracia a los parroquianos de su taberna, inaugurada por su abuelo en 1915. Lo mismo canta una sevillana mientras sirve un delicioso vino de naranja que cuenta una anécdota o improvisa una saeta. Desde luego, es una visita obligada tanto por lo emblemático del lugar como por las personas y personajes que nos podemos encontrar. Eso sí, es conveniente apuntarse al vino o a la cerveza ya que pedir un refresco aquí puede tomarse casi como un sacrilegio.
Hay un hecho que llama poderosamente la atención al visitante de la ciudad y es que la decoración de la mayoría de los bares, bodegas y tabernas está marcada por el fervor religioso del pueblo andaluz. Lo que a un turista pueda parecerle sorprendente e incluso irreverente, para el sevillano es un sentimiento que tiene que exteriorizar. Es prácticamente imposible entrar en uno de estos lugares y no encontrarse con estampitas, grandes cuadros o imágenes -sobre todo de Vírgenes, entra las que la del Rocío ocupa, sin duda, el papel protagonista-. No podemos olvidar que la Semana Santa y la Romería del Rocío son, junto con la Feria, acontecimientos trascendentales y que marcan el devenir de la ciudad. De hecho, para algunos sevillanos la Semana Santa se inicia al día siguiente del Domingo de Resurrección, no es difícil encontrarse bares con pequeños calendarios en los que se marcan los días que faltan para el próximo Domingo de Ramos (los hay hasta electrónicos como el de “La Flor de Toranzo”). Esta exaltación del culto a las imágenes religiosas y lo que significan, es comprensible a medida que se profundiza en la idiosincrasia de este pueblo -forjada generación a generación- en la que se conjugan tradición y religión expresadas apasionadamente.
Esta cultura imaginera proporciona momentos de gran belleza que no pueden dejar a nadie indiferente. En algunos locales nocturnos, como en “la Anselma” en Triana o en “El Tamboril” en la Plaza de la Santa Cruz, a una determinada hora se prescinde de la iluminación eléctrica y se le canta una Salve a la Virgen del Rocío a la luz de las velas. No deja de ser una imagen pintoresca ya que junto a personas que escuchan con devoción, hay otras –normalmente turistas- que asisten impresionados, expectantes y atónitos por primera vez a esta mezcla de liturgia y fiesta que sirve para acercar lo divino a lo profano, o viceversa. Pero no solamente se veneran imágenes religiosas como en el mencionado “El Tamboril” donde existe una réplica de la Virgen del Rocío en una caja de cristal; hay otros lugares que tienen en una vitrina un traje de luces o, si no acercamos a la “Abacería de San Lorenzo” -en el arco del Postigo-, además de tomar unos montaditos o escuchar las sevillanas de Vicente, su dueño, podemos ver tras una urna un busto de Curro Romero junto aun retrato de Camarón de la Isla.
En definitiva, se trata de descubrir poco a poco estas tabernas y los variopintos personajes que la frecuentan, entablar conversaciones y dejar que nuestros sentidos disfruten del momento. Su estética, su arte culinario, sus olores y los ecos de pequeñas historias (y canciones) que han albergado algunas durante siglos, son motivo más que suficiente para dejarse atraer por ellas y, desde luego, es de agradecer a quienes las regentan su empeño por mantener el sabor de siempre y convertirlas en pequeños bastiones contra la globalización.


miércoles, 19 de noviembre de 2008

Mundanal ruido

Hoy estoy hastiado del mundanal ruido… en el sentido más amplio de la expresión. Hoy tengo uno de esos días en los que uno se encuentra cansado de todo. Uno de esos días en los que, sin saber muy bien por qué, uno se siente agobiado. Uno de esos días en los que uno se arrepiente de la responsabilidad asumida… de las responsabilidades asumidas. Uno de esos días en los que uno firmaría por perderse, a ser posible en una isla desierta o en una gran ciudad lejana.
Supongo que es una sensación generalizada.
Nos creamos demasiadas obligaciones, económicas y personales. Y, a veces, las obligaciones nos sobrepasan. Y eso que yo, en honor a la verdad, tampoco tengo muchos motivos para quejarme. Conozco mujeres maltratadas por sus maridos, madres que han perdido a sus hijos, personas que no pueden pagar la casa en la que vive su familia, hombres destruidos por la cocaína, enfermos terminales... Pero todo el mundo posee el derecho a no tener un buen día. Y ahí me encuentro yo. Sin motivo aparente.
En uno de esos días en los que me saltaría la dieta mediterránea para zamparme tres hamburguesas o en los que me acostaría para dormir veinticuatro horas seguidas. Uno de esos días en los que uno borraría de un plumazo el mundo que se ha construido a su alrededor, o mejor dicho, que ha dejado que se construya sin haber supervisado los planos.
Tomé la foto en mi búsqueda de escenarios para “La sangre de los crucificados”. Es el claustro del convento dominico de San Esteban en Salamanca. Una maravilla arquitectónica y un remanso de paz dentro de la ciudad. Es lo que más me gusta de los conventos de las ciudades. En unos segundos pasas de una calle llena de coches y prisas a un recinto donde el tiempo parece haberse detenido. A un lugar donde domina el silencio. Adoro el silencio. Adoro la paz. Adoro la tranquilidad.
Por eso, me gusta la noche para escribir. Se me pasan las horas sin darme cuenta. Me encanta arrastrarme somnoliento hasta la cama a altas horas de la madrugada. Lo malo es ese maldito despertador que me avisa de que he de dejar el mundo de los sueños y regresar a la realidad.
Hoy tengo uno de esos días en los que me metería en un convento. Pero tampoco me veo de monje. Ya se sabe. Madrugan para rezar y, además está el asunto ése de los votos. Decididamente, hoy no tengo un buen día.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

Alberto García Alix

No todo el mundo tiene la suerte de tener a un Premio Nacional de Fotografía como maestro. Cuando me apunté al taller de Alberto García Alix no tenía conciencia de quién era. Estaba aburrido de mi rutina diaria en una oficina y decidí cambiarla en busca de un ambiente bohemio. De paso, aprendería un poco más sobre el retrato, la disciplina que más me gusta. Pero me equivoqué. Con Alberto no aprendí un poco más… sino muchísimo más. Durante aquellos tres días de clases y opiniones magistrales me bauticé como fotógrafo.
Y de García Alix… qué decir. Todo un personaje. Absolutamente tatuado. Con una filosofía de vida muy peculiar. Algunos alumnos le veneraban como a un dios. Y él se dejaba querer. Porque dentro de ese cuerpo con aspecto de quinqui enjuto, se alberga un corazón de niño grande.
Cuando comenzaba una sesión fotográfica, entraba en trance. Le va la vida en cada foto que hace. Imposible derrochar más pasión.
A alguien se le ocurrió ir una noche a una disco pija. Íbamos en mi coche. Los bohemios o no tienen coche o no están en condiciones de conducirlo. Alix se sentaba detrás. De repente gritó:¡Félix, para, para! Cerró los seguros para que no saliera nadie. Se le había caído al suelo un carrete, que acababa de sacar de su Leica, y de ahí no se movía ni Dios hasta que se encontrase. Lamentablemente apareció enseguida. Por cierto, con las pintas de Alberto, no nos dejaron entrar en la discoteca y terminamos en un antro de jazz en vivo.
Esta foto se la tomé durante el curso. Uno de los consejos que nos dio fue que en un retrato debían evitarse los objetos superfluos, como los relojes. Me vi negro para que el suyo no saliera.
Alberto me elogió la fotografía. Quizás por estar arrepentido del susto que me dio en el coche. Aunque en honor a la verdad hay que decir que no es pródigo en halagos y que su sinceridad a veces resultaba brutal. Sólo me puso un pero: que no apareciese su Rolex. ¡Mecachise la pena negra! Parece ser que en este caso, el reloj hablaba de la personalidad del retratado.
En fin, desde entonces me he prodigado en el retrato. Por supuesto, con carretes (tengo la sensación de que a las fotos digitales les faltan alma) y, normalmente, en blanco y negro (no hay color).
Ahora Alberto García Alix expone en el Centro de Arte Reina Sofía de Madrid hasta el 16 de febrero de 2009. Casi nada. Más de doscientas fotografías componen “De donde no se vuelve”.
Tal vez él no lo sepa, pero tengo mucho que agradecerle. Evidentemente, no me perderé la exposición. Enhorabuena, maestro.

miércoles, 5 de noviembre de 2008

Pérfida parca

La muerte suele ser cruel. La mayoría de las veces, traidora. Pepín no la vio venir. Era excesivamente bonachón y, por eso, le pilló desprevenido. Pérfida parca. A sus amigos también nos cogió de sorpresa.
Estuve con él a finales de agosto y tenía una tos fea a la que no le hacía ni puto caso (palabras suyas). No quería ver a los médicos ni en pintura. La semana pasada le ingresaron en el hospital (estoy seguro que obligado) y duró tres días. Si se es un poco bruto, se es con todas las consecuencias. Así era Pepín.
Pepín pertenecía a una de esas familias queridas por todos. Una de esas familias que se caracterizan por su buen corazón. Una de esas familias con las que se ha cebado especialmente la muerte. Pérfida parca. Esteban hace unos meses que enterró a su hijo, fallecido en un accidente de tráfico, y ahora acaba de dar sepultura a su hermano pequeño. Nadie le reprochará que se seque el pozo de sus lágrimas.
Pepín era uno de esos tipos noblotes que andaba siempre de buen humor. Nunca le vi enfadado.
Esta foto se la tomé hace cuatro años. Estaba orgulloso de la edad de su camioneta, con la que hacía el reparto de bebidas a los establecimientos de la comarca. Félix, tienes que hacernos una foto con el camión a todos los que trabajamos con él. Eso me lo dijo este verano. Pero la pérfida parca se ha interpuesto entre el objetivo de mi cámara y la familia Martínez, que ya hace tiempo que no está completa.
Amigo Pepín, puede que esta foto me ayude a recordar tu rostro cuando el tiempo amenace con borrar tu imagen de mi memoria. Pero lo que no conseguirá el tiempo ni la pérfida parca será que todo tu pueblo te eche de menos. Descansa en paz.