lunes, 29 de abril de 2013

Esto es de low cost

Tragedias como la de Bangladesh provocan que nos llevemos las manos a la cabeza, sin dejar de mirar para otro lado. Mañana volveremos a cualquier centro comercial o a la tienda de todo a cien de la esquina en busca de artículos baratos, sin importarnos que hayan sido fabricados a miles de kilómetros de distancia por personas –también niños, por supuesto- cuyo trabajo, en muchos casos, roza la esclavitud.
Y mientras tanto, las empresas españolas cierran una tras otra ya que sus productos, de mejor calidad, no pueden competir con los que vienen de estos países, a los que llaman “en vías de desarrollo”.
No parece fácil salir de este círculo vicioso. El bolsillo de los españoles da cada vez para menos, por lo que sacrifica calidad por precio. Claro que si no se consumen productos españoles, difícilmente se va a crear empleo que devuelva a nuestros bolsillos el poder adquisitivo de antaño.
Es evidente que las medidas que se están tomando para salir de la crisis no están resultando efectivas, por decirlo de una manera suave. La forma de legislar, unida a las actitudes individuales, no solucionará la situación en la que estamos inmersos. Ya he comentado alguna vez que estamos reaprendiendo a vivir en un marco económico que perdurará durante muchos años.
Muchos años en los que seremos esclavos del low cost.

domingo, 28 de abril de 2013

Farolillo de papel

Esta semana la Asociación de Libreros de Bizkaia ha tenido a bien concedernos sus galardones anuales a la Fundación Bilbao 700, a Harkaitz Cano (premio Euskadi de Literatura 2012), al maestro Ramiro Pinilla y a este que les escribe. 
Podrán imaginarse el orgullo que me produce el reconocimiento de los libreros y el compartirlo con personas e instituciones a las que admiro.
En el cóctel que tuvo lugar en el Hotel Abando tuve la oportunidad de conocer a Carlos Bacigalupe y a María Jesús Cava Mesa, dos de las personas que más -y mejor- han escrito sobre la historia de Bilbao y de cuyos estudios me he valido para ambientar La ciudad de los ojos grises. 
Desde aquí quiero agradecer su felicitación a todas aquellas personas que lo han hecho de uno u otro modo y, muy especialmente, a los libreros de toda la vida, esa maravillosa casta en vías de extinción y, sin los cuales, nuestros libros no llegarían a los lectores adecuados.

viernes, 26 de abril de 2013

Feria del Libro de Tomares

Este domingo a las 12, mi amigo Paco Gallardo me acompañará para charlar un rato sobre La ciudad de los ojos grises en la más que coqueta Feria del Libro de Tomares.

jueves, 18 de abril de 2013

Tiempo de libros

A los que buceamos en la historia, nos resulta fácil mirar los edificios con otros ojos. El que ven en la imagen yo solo lo he visto en fotos porque fue derribado en 1957 para edificar en su lugar el nuevo Palacio de Justicia, situado frente a los Jardines de Albia en Bilbao.
Pero, además de verlo en fotos, lo he tenido presente en mi imaginación, ya que lo elegí como escenario para uno de los pasajes de mi última novela.
Es una lástima que de las Escuelas Berastegui, lo único que quede sea el nombre de la calle donde estuvieron. En ella, se celebra cada 23 de abril el Día del Libro, llenando la calle de casetas repletas de libros, donde autores y libreros charlamos con los visitantes y, si se tercia, nos tomamos un marianito en el vecino Café Iruña o en la calle Ledesma, lugar de referencia de mi cuadrilla.
Durante los últimos años, he procurado no faltar a mi cita bilbaína y allí estaré, espero, el próximo martes a mediodía. 
Antes, el sábado a la misma hora, me pasaré por la librería Negra y Criminal de Barcelona para tomar un vino (y con suerte, algún mejillón) con Paco Camarasa y mis colegas negrocriminales.
Así que si esos días andan por Barcelona o Bilbao, ya saben dónde encontrarme.
Y es que cuando llegan estas fechas, lo cierto es que a uno le gustaría estar en varios sitios a la vez.

domingo, 14 de abril de 2013

El misterio de Belmonte

Vaya por delante que ignoro si el suicidio es un acto valentía, pero creo que no lo es de cobardía. Y el suicidio de Juan Belmonte no fue, desde luego, obra de un cobarde.
Supongo que es casualidad el que haya acabado de leer Juan Belmonte, matador de toros, escrito por Manuel Chaves Nogales, justo 121 años después de que naciera uno de los mejores toreros de la historia. Es un magnífico libro que recomiendo leer a todo aquel que decida afrontar la escritura de la biografía de un torero o de cualquier otro personaje público.No es necesario ser aficionado a la fiesta para disfrutar de su lectura. Alguna vez creo haber dicho que yo no lo soy, aunque tampoco pertenezco a la liga antitaurina,
Si bien, está escrito con una gran exquisitez, en mi opinión la distancia que siempre mantuvo Belmonte en sus relaciones no le permitió a Chaves ahondar más en la personalidad del torero más allá de donde este quiso contarle. Como ejemplo, no parece muy normal que en una autobiografía, aunque a ratos parezca novelada, falten datos como el de un hijo natural que, a la hora de escribirse, tenía ya 17 años y al que todos los íntimos conocían.
También es cierto que estas ausencias junto con algunos pasajes, de esos que se deben leer entre líneas, permiten acercarse a la complejidad de la persona de Belmonte. No es casualidad que el revólver con el que se quitó la vida le hubiera acompañado desde siempre y que no era la primera vez que coqueteaba con la idea de pegarse un tiro.
Los motivos exactos de por qué lo hizo murieron con él. Se ha especulado con la posibilidad de una enfermedad terminal o con los amores imposibles con una jovencísima rejoneadora colombiana. Mi teoría es que el viejo matador se negó a cumplir 70 años viendo cómo sus facultades mermaban y simplemente se aburrió de vivir.
Hoy quiero rendir mi homenaje a Juan Belmonte García, el Pasmo de Triana, a través de la palabra de Manuel Chaves Nogales que puso en boca del matador la crónica de una de las mejores faenas de la historia de la tauromaquia.
Antes les pongo en antecedentes:
Madrid, 21 de junio de 1917, corrida del Montepío de Toreros. Está a punto de salir el sexto toro de la tarde y el público abuchea a Belmonte, al que consideran acabado, tras aplaudir a rabiar a Gaona y a Joselito.
El público de Madrid me rechazaba implacablemente. En estas condiciones me abrí de capa ante el sexto toro, en la corrida del Montepío de Toreros, el año 1917.
Di dos verónicas, que aunque el toro salió gazapeando, tuvieron la virtud de hacer el silencio en el público y fijar su atención en mí. Luego, en el primer quite, me planté ante la bestia, y quieto, moviendo muy despacio los brazos, di otras tres verónicas, tan suaves, tan lentas, que mientras las estaba dando advertía el silencio emocionante de las trece mil almas, pendientes de lo que yo hacía. Terminé con un recorte tan afortunado que de él guardo la impresión de que el toro era una masa fácilmente moldeable que se plegaba al inverosímil arabesco de mi cuerpo y mi capote. El público debió quedar un poco desconcertado. Seguramente no esperaba aquello de mí. Pero el triunfo aquella tarde no estaba tan barato. Cuando el toro entró por segunda vez a los caballos, ya estaba allí Rodolfo Gaona con la gracia de su capote para hincarse de rodillas, y con un lance apretadísimo y un recorte bonito y valiente, entusiasmar de nuevo al público y borrar un poco la impresión de mis verónicas. Tras él, Joselito enganchó al toro con su capa maravillosa, y despacito, muy suavemente, le atrajo, y al llegar al instante del embroque, cargó la suerte con el cuerpo y produjo una emoción indescriptible. La muchedumbre hervía de entusiasmo. Fue entonces con más fe he ido en mi vida hacia un toro. Dejándome de adornos y alegrías, llamé a la res como manda la ley del toreo rondeño puro, y entregándome, con una confianza ciega, le di media verónica, que acaso sea la que mejor haya ejecutado en toda mi vida torera. Se levantó la multitud como si un resorte la hubiese alzado de los asientos, y ante sus ojos asombrados tracé luego entre los cuernos del toro el farol más acabado y exacto que podía imaginarse. Tuve suerte. El mayor albur de mi vida estaba ganado. Gaona se echó el capote a la espalda y se apretó como un valiente en tres gaoneras bellísimas, elegantes, artísticas, todo lo que se quiera. Pero aquella media verónica mía no hubo ya quien la borrara.
Salió Magritas a banderillear, y clavó un par soberbio, como en muchos años no se había visto otro. Ya en estas nuevas condiciones se podía coger la muleta e ir hacia el toro con ciertas esperanzas de reconquistar el prestigio.
Hinqué las dos rodillas en tierra y cité al toro. Fue un pase que resultó impecable. Seguí toreando por naturales pegado al toro y clavado en la arena. El animal prendido en los vuelos de la muleta, iba y venía en torno a mi cuerpo, con exactitud matemática , como si en vez de precipitarse por mandato de su ciego instinto, le moviese un perfecto mecanismo de relojería, o más exactamente, aquel aire suave de pausados giros de que hablaba Rubén. Después de hacer una faena rondeña, clásica, sobria, y de torear con la mano izquierda suave y reposadamente, me cambió de mano la muleta y burlé a la fiera con la alegría de unos molinetes vistosos y unos desplantes gallardos. Dicen que fue aquélla la mejor faena que he hecho en mi vida. Quizá. Yo sé únicamente que aquel trance en que mi abandono me había puesto, hice lo que de modo inexcusable hice lo que había que hacer para seguir siendo torero. Por eso seguí siéndolo.
Nunca he visto a un público tan emocionado como aquella tarde...
Un momento como aquél vale por todas las amarguras de la vida del torero. Porque así me lo parece es por lo que caigo, acaso, en la impertinencia de contarlo yo mismo con una pueril inmodestia.