miércoles, 31 de agosto de 2011

Puertas

Mañana empieza septiembre...
...y con él, la llamada a unas cuantas puertas.
Espero que algunas se abran.

lunes, 29 de agosto de 2011

El último comercio

Unas letras pintadas en el suelo de la calle, junto a la puerta, nos muestran el nombre de la persona que regenta el comercio (no es la primera vez que les hablo de él). No hay ningún cartel en la fachada. Ni falta que hace, sólo un carretillo apoyado en la pared. La gente de Villalpando sabe lo que se vende dentro: de todo. Cruzar el umbral de la puerta es regresar de golpe hasta mediados del siglo pasado.
Los artículos parecen estar desordenados, pero lo dicho: es sólo apariencia. Juanito, aun con sus problemas de vista, se mueve seguro entre conservas y tejidos, entre especias y aperos, entre licores y calzados... Cada caja cerrada supone un pequeño misterio. 
Juanito debería estar ya jubilado; sin embargo, confiesa que las cuatro perras de la pensión no le bastarían para vivir. Así que ahí sigue, al pie del cañón; en su vetusto negocio que, a la vez, es toda su vida. 
La tienda está vacía, como casi siempre. Solicito a su dueño permiso para tomar unas fotos y él asiente con gesto austero; y, como queriendo colaborar, enciende la única bombilla que hay en el techo. Le ruego que la apague porque prefiero fotografiar la estancia con su escasa luz natural. No lo dice, pero intuyo que no quiere salir retratado porque se aparta con prudencia cada vez que percibe próximo el objetivo. En cierto modo, me desasosiega haberle robado una foto a través de un pequeño espejo.
Disfruto con los detalles, con los olores, con los viejos objetos, con el sabor añejo de cuanto me rodea. No obstante, no quiero importunar a Juanito más de la cuenta y disparo con rapidez, sin trípode, a riesgo de que alguna instantánea me quede movida.
Observo que tras el vetusto mostrador de madera de castaño hay una libreta donde Juanito hace las cuentas a mano. Mide con una vara artesana de un metro y pesa con una báscula de platillos. Apenas posee productos perecederos. Calendarios y carteles antiguos se esconden entre perchas, camisas y almohadas, aunque también hay uno de 2011.  
Me voy con pesar. Me hubiera gustado quedarme toda la tarde y entrar en la trastienda, pero no me atrevo a invadir más la intimidad de Juanito.
Al día siguiente regreso para comprarle un poco de hule; más para agradecer su amabilidad que por otra cosa. No hace referencia a las fotos; ignoro si por prudencia o por que su vista le juega malas pasadas y no es capaz de identificarme. Desenrolla el hule, toma la vara, mide y lo corta con las tijeras con profesionalidad. Luego, usa un trozo de papel para hacer la cuenta.  
Salgo con la esperanza de volver a encontrarme la tienda abierta en mi próxima visita al pueblo. El día que bajemos al Paseo y nos encontremos con su puerta cerrada, la echaremos realmente de menos. No en vano lleva en el mismo lugar desde 1837.
Les ruego que, si pasan por Villalpando, acudan a la tienda de Juanito y le compren (aunque sea) un poco de pimentón.

sábado, 20 de agosto de 2011

Luna llena

Diosa luna, desde el principio de los tiempos has ejercido un hechizo ante el que ninguno hemos podido escapar. Si miramos al cielo y estás menguando o creciendo, apenas te prestamos atención. Pero si estás llena, nuestros ojos se detienen unos segundos. Da igual que ya te conozcamos: provocas en nosotros la misma admiración.
Las civilizaciones antiguas te idolatraron y, aún hoy, de algún modo, te seguimos adorando. Fuente inagotable de leyendas, celestina silenciosa de millones de parejas, hacedora de las sombras de la noche, receptora de suspiros y confidente de amantes alejados.
Diosa luna, hacía tiempo que perseguía fotografiarte en tu plenitud y este mes, por fin, te has dejado. ¿Es que sabías que estabas más bonita que nunca?

martes, 16 de agosto de 2011

Novela histórica, género en alza

El tener que intervenir en el reportaje que acaba de emitir Tesis en Canal Sur titulado Novela histórica, género en alza (pueden verlo en este enlace) me ha obligado a entrar en algunas reflexiones. Por cierto, me ha resultado muy gratificante compartir minutos televisivos con José Calvo Poyato, ya que he leído varias de sus obras como historiador para documentarme.
Ciertamente, me cuesta creer que aún haya alguien que denoste una novela por el mero de hecho de que se desarrolle en una época distinta a la actual. A mí, con sinceridad, nadie me lo ha dicho a la cara.
Y si lo hay, supongo que es el mismo que venera una obra sólo porque la haya escrito un autor de los llamados “de culto”, sin analizar que su prosa sea rancia o que para poder acabarla haya que saltarse párrafos que aburren a las ovejas. Uno de esos autores que se creen que los escritores de novela histórica contratan a negros de poca monta para que les averigüe un dato que, según ellos, no interesan a nadie.
Ya he dicho alguna vez que ni yo, ni la mayoría de escritores etiquetados como de novela negra o de novela histórica, decidimos que vamos a escribir una novela de un género o de otro. Simplemente nos viene una historia y sucede que su trama te obliga a situarla en una época determinada o a resolver un asesinato. Si la creación de la imagen de El Cachorro es la que me inspiró La sangre de los crucificados, no tuve más remedio que viajar hasta 1682 para escribirla.
Antes que escritor, soy lector. De los que siempre han elegido lo que leer. De los que no se han dejado llevar por corrientes ni por opiniones “culturetas” (quizás algún día profundice sobre esta especie). De los que se han enfrentado a un libro con el ánimo esperanzado de una buena lectura. Es cierto que, una vez que damos el salto y dejamos de ser lectores para convertirnos también en escritores, perdemos la inocencia como lectores. Sin embargo, cuando abordo la primera página de una novela lo hago con ilusión renovada y deseo que su lectura me satisfaga. Máxime si la ha escrito un amigo.
Y me resisto a creer que haya autores que no relatarían una buena historia que se desarrollara en el siglo XIX sólo porque peligraría su candidatura al Premio Nobel. Si fuera así, ellos se lo pierden.

domingo, 7 de agosto de 2011

Santa María la Antigua

Bueno, pues todo llega. Hay quienes prefieren la playa, la montaña, visitar monumentos, recorrer países... y hay quienes deciden pasar el grueso de sus vacaciones en un pueblo. Ya ven, hay "gente pa to".
Ese tipo de turismo masificado se lo dejo a quien le guste el jolgorio, no le importe esperar una hora para comer en un chiringuito o hacer fotografías a una atestada Fontana di Trevi. Y no es que no me guste hacer fotos a la Fontana de Trevi, pero busco hacerlo cuando está desierta, en otra época del año y con otro clima. ¿Que no es posible? Mañana lo demuestro. 
El caso es que ya estoy en Villalpando. Y nada más llegar me encontré con que había actuación en la iglesia de Santa María. A pesar de que se derrumbara en 1933, aún mantiene intacto su imponente triple ábside mudéjar de principios del siglo XII. Así que allí que me fui.  
Unas luces hábilmente colocadas sirvieron para que la vieja iglesia rememorara celebraciones de antaño; eso sí: un pelín más laicas. Me imagino la reacción de nuestros ancestros si hubiesen visto bailar la danza del vientre o un tango arrabalero sobre el altar de su querido templo. Pero bueno, esos son pensamientos de quien a veces le traiciona el lado historiado de su subconsciente.

sábado, 6 de agosto de 2011

Un mundo pinchado


Parece mentira que hayan pasado casi tres años desde que incluyera esta entrada. En estos días, me resisto a no recordarla. ¡Cómo me fastidia no haberme equivocado!
   29 de octubre de 2008
Un mundo pinchado
Mucho me temo que escenas como ésta pasarán a formar parte del paisaje urbano de nuestras ciudades más de lo habitual.
Desconozco la historia de este buen hombre. Bien pudiera ser la de un padre de familia que, después de pasarse el día buscando trabajo en vano, ahogó sus penas en un cartón de vino para quedarse dormido en el patio de los Naranjos, muy cerca de la Giralda. Grandezas y miserias humanas.
Ojalá me equivoque, pero no vamos bien. Hemos creado una sociedad materialista a la misma velocidad que destruimos valores fundamentales. Materialista y global. No sé si global viene de globo pero, desde luego, éste está pinchando y se va deshinchando (quién sabe hasta dónde).
Y el asunto se nos ha ido de las manos. Lo que está ocurriendo (y lo peor está por llegar) ni siquiera es un castigo divino, sino una pésima gestión de nuestros recursos, naturales, económicos y humanos.
De esto no podemos echar la culpa a los gobernantes. Al fin y al cabo, suelen ser personas mediocres, con escasa preparación, que hacen lo que pueden -que no es mucho-como jugar al Monopoly con dinero de mentira hasta endeudarse (perdón, quería decir endeudarnos) de verdad.
Tampoco tienen culpa quienes les votan. No hay dónde elegir.
Ni siquiera son culpables lo que estando capacitados para mayores empresas, dan la espalda a la sociedad, refugiándose en su individualidad ante tanto despropósito. Jamás podrán liderar masas que les lleven al poder, a un poder que no quieren porque ningún sabio quiere el poder.
El culpable es el de siempre: el sistema. Lo malo es que no sé qué diablos significa realmente, ni cómo hemos llegado a él. ¡Ah, sí! La pérdida de valores. Ahora no tengo tiempo de buscar en el diccionario pero creo que algunas palabras de castellano antiguo ya estarán retiradas por caducidad: educación, honor, humildad, esfuerzo, solidaridad, urbanidad… (ésta última, fijo).
Más tarde o más temprano no nos quedará otro remedio que hacer caso a los sabios (los que no mandaban) de la Grecia clásica -desde entonces, apenas hemos aprendido nada nuevo- cuando recomendaban abandonar los grandes caminos para buscar los senderos… si antes no nos hemos cargado del todo este tinglado.