jueves, 27 de mayo de 2010

El maestro don Miguel Delibes

Hoy, la Casa de Castilla y León en Sevilla ha tenido la gentileza de invitarme a un acto de homenaje a Miguel Delibes en el que ha participado su hijo mayor, el ilustre biólogo Miguel Delibes de Castro.
Me ha sido muy grato releer “El camino”, uno de los libros que influyeron en mi amor por la literatura en mi adolescencia, la época en que uno se forja como lector. Esa novela, una de las más grandes de nuestras letras, encierra en unas pocas páginas (prueba inequívoca de que no es necesario escribir mil folios para crear una gran obra) un compendio de situaciones que nos resultan muy familiares a los que tenemos pueblo, narradas además con un estilo sobrio, muy castellano. Y es que decir Delibes es decir Castilla.
Por otra parte, ha sido muy gratificante escuchar de boca de su hijo “la trastienda” del maestro, esas pequeñas anécdotas que le humanizan. Y, desde luego, ha sido una sorpresa descubrir que Delibes encendía una pequeña hoguera junto a su familia todas las vísperas de la Inmaculada para celebrar la festividad al grito de ¡Viva la Purísima de Villalpando!, un rito inculcado por su villalpandina tía Lupe.
Conocer a gente tan entrañable como la de hoy, hace que uno de por buenas las vicisitudes que se le cruzan a la hora de escribir una novela.

P.D. Estaré este sábado, día 29, en la Feria del Libro de Madrid en la caseta 170 de Anaya de 12 a 14 horas.

sábado, 22 de mayo de 2010

Comecocos


Hoy Google nos recuerda que hace 30 años que se comercializó el juego de los comecocos. Si eso es así, fui uno de los primeros enganchados, ya que recuerdo pasarme algunas horas en una sala de recreativos en Alicante (allí quedaron unas cuantas monedas de 25 pesetas) durante aquel invierno de 1980, engullendo puntos, fantasmas y frutas hasta convertirme en un experto. ¡Qué ilusión cuando alcancé por primera vez la pantalla de las llaves!
Hoy el asunto de los videojuegos ha evolucionado hacia niveles insospechados entonces, pero esa es otra historia. La de mi adolescencia estaría incompleta sin el comecocos.

En el Quema

No todo es colorido en El Rocío.

jueves, 13 de mayo de 2010

La sangre en bolsillo

Esta semana ha salido a la luz la edición de bolsillo de La sangre de los crucificados en Algaida Eco. Para mí, constituye un verdadero orgullo que tras dos años y medio de su publicación constituya un libro de fondo de muchas librerías. Así que, desde aquí, quiero lanzar un brindis: ¡Larga vida para don Fernando de Zúñiga!

viernes, 7 de mayo de 2010

Me gusta Sevilla

Todos los días laborables hago el mismo trayecto un poco antes de las ocho de la mañana. Mientras dejo que el aire penetre por una rendija de la ventanilla del coche, voy dejando atrás lugares que nunca me aburro de contemplar.
Mi recorrido comienza al principio de la avenida Eduardo Dato, siempre con la Giralda al frente. Al llegar al Puente de los Bomberos, tuerzo a la izquierda para pasar junto a los Jardines de Murillo y la muralla de los Reales Alcázares. A la altura del teatro Lope de Vega, dejo a un lado el Parque de María Luisa para pasar al lado de la Universidad, del Hotel Alfonso XIII y de la Puerta Jerez hasta alcanzar el Paseo de Colón. Ya saben: la Torre del Oro, el río Guadalquivir, el sol de la mañana acariciando Triana, el Hospital de la Caridad, la Maestranza…
Entenderán que no tenga prisa en llegar a mi lugar de trabajo. En fin, esa es una de las ventajas de vivir en Sevilla. Otra es, a pesar de no tener novela nueva, disponer de la oportunidad de que algún amigo librero te invite a su caseta en la Feria del Libro en Plaza Nueva.
Definitivamente, me gusta Sevilla.

P.D. Estaré este domingo en la caseta de la Librería Minerva de 12 a 13 horas.

sábado, 1 de mayo de 2010

La ley de la montaña

Confieso que hace un tiempo me borré del mundo o, mejor dicho, el mundo se borró para mí. Harto de leer siempre las mismas noticias decidí abstraerme de la prensa. Para bien o para mal, aquello me duró un par de años.
Desde entonces, he vuelto a leer los periódicos a diario. Los leo con desgana: me lamento de las desgracias, me aburren los datos económicos y me horripilan las declaraciones de los políticos. Sin embargo, de vez en cuando, algún suceso me llama la atención.
Esta semana hemos podido seguir en directo la muerte de un montañero en el Annapurna. Gracias, o por culpa, de las nuevas tecnologías hemos conocido su agonía minuto a minuto y nos hemos enterado de que Tolo Calafat se despidió de su esposa y de su hijo pequeño en una conversación telefónica.
Poco antes, Edurne Pasaban y Oh Eun-Sun pugnaban con teles en directo por ser la primera mujer en coronar los 14 ochomiles. Lo cierto es que Corea se tomó el reto como un asunto de estado, máxime cuando una de sus súbditas, Go Min-Sun, también falleció en la montaña el año pasado descendiendo su undécimo ochomil.
No seré yo quien cuestione este tipo de duelos, si bien hasta ahora el único desafío de un montañero era el que establecía contra sí mismo y contra la naturaleza.
Lo que más me ha impactado de todo este tinglado ha sido el regreso, dos días después de haber desaparecido, de los dos sherpas que, jugándose la vida, acompañaron casi hasta el final a Tolo Calafat (mis condolencias para su familia). Pudieron ser rescatados, colgándose del cable de un helicóptero; pero prefirieron enfrentarse a la montaña que al vacío. A pesar de la nieve que les llegaba por la rodilla, de la ventisca, de treinta grados bajo cero, de aludes, y de paredes verticales de hielo estos dos tipos han aparecido exhaustos pero vivos.
Me ha resultado inevitable rememorar algunas de mis lecturas de adolescencia. Recuerdo que, sentado junto a la mesa de la cocina de Portugalete me tragué de una sentada Viven (La tragedia de los Andes), uno de esos libros que te marcan, sobre todo si los lees con quince años. Y ese mismo verano, mi amigo Carlos Arranz me introdujo en la obra de Lobsang Rampa sobre los monjes tibetanos pero esa es otra historia.
Lo cierto es que, de vez en cuando, me alegra haber vuelto a saber lo que pasa en el mundo porque hay sucesos más novelescos que las propias novelas.