miércoles, 30 de septiembre de 2009

La luz de Salamanca

Una de las pocas cosas que me han fastidiado al ubicar a don Fernando de Zúñiga en Salamanca es no poder narrar sus paseos por la Plaza Mayor, por la sencilla razón de que a finales del siglo XVII aún no existía. Hoy me desquito (aunque sólo un poco) con una de las fotos que he tomado en ella.
El curso está a punto de comenzar y una de las plazas más bellas del mundo pronto recibirá a una nueva hornada de estudiantes que se enamorarán de ella desde el primer día y nunca la olvidarán... como yo no la olvido.

martes, 22 de septiembre de 2009

Carta de don Fernando de Zúñiga

En los últimos tiempos se ha realizado un importante descubrimiento con respecto a mi persona. Un descubrimiento que está generando una controversia tanto en España como en los terrenos ocupados por los colonos ingleses al este de los Apalaches. Y todo tiene que ver con un cuadro pintado por don Diego de Velázquez.
He podido leer en diversas gacetas que existen discrepancias sobre la identidad del hombre retratado por el insigne maestro. Incluso se ha conjeturado con las fechas de su creación y con que pudiera tratarse de un autorretrato.
He de decir que, si bien, es posible que don Diego y yo tengamos algún tipo de parecido en nuestros rasgos, este cuadro fue realizado en 1659 y el hombre retratado no es otro que este humilde servidor. Por aquel entonces, mi amada Pilar Maldonado y yo, después de visitar la Pieza Ochavada y el Salón de los Espejos del Alcázar Real, nos acercamos a la Galería del Cierzo donde el pintor de Su Majestad trabajaba ante dos caballetes. Uno de ellos sostenía un retrato casi terminado del infante Felipe Próspero junto a una falderilla; en el otro, se adivinaba un bosquejo de la infanta Margarita. Velázquez estaba de buen humor. El papa Alejandro VII acababa de concederle la dispensa de nobleza y el rey le había prometido el título de hidalguía por lo que, en breve, sería ordenado Caballero de la Orden de Santiago.
Como cualquiera que hubiese conocido a Pilar, se quedó prendado de sus ojos verdes. Y nos pintó a los dos. Éste es mi retrato. Así que vuestras mercedes tienen ante sí la imagen de don Fernando de Zúñiga. Por aquel entonces yo era feliz. Luego vendrían la muerte de Pilar, las golillas negras, las lentes, las canas… pero esa es otra historia que quien haya leído las novelas de Modroño ya conoce. Por cierto, espero que algún día narre mis peripecias en New Yok.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Angelino de Arriaga

Otra entrada más. A veces, por no decir siempre, es mejor estar callado. Para más inri, don Fernando de Zúñiga lleva unos días solicitándome un hueco en esta bitácora para emitir un importante comunicado. Tendrá que esperar porque a mi amigo Joaquín le ha pillado un novillo esta semana.
Yo no soy especialmente aficionado a las corridas de toros. Incluso me atrevería a decir que no me gustan. Eso sí, respeto las tradiciones aunque puedan parecer bárbaras. Tampoco entiendo a esos activistas que son capaces de movilizarse por defender a un animal, y provocar a un pueblo que durante siglos ha disfrutado de las fiestas con toros de por medio. Y no es por dar ideas, pero no quiero ni pensar lo que ocurriría si un año de estos se les ocurre hacer cincuenta kilómetros más y pasar de Tordesillas a Villalpando. No creo estar haciendo demagogia barata si digo que hay muchos otros motivos en los que gastar esas movilizaciones: en cualquiera en los que sufran sean seres humanos.
Pero hablaba de la cornada de Joaquín que a fuerza de tesón, arte y valentía, se está haciendo un merecido hueco en el difícil mundo de la tauromaquia con su apellido: Angelino de Arriaga.
De Joaquín admiro su humildad y su ambición, claves para triunfar en cualquier ámbito. Y también admiro su valor. Su valor por la descarada manera de enfrentarse a los toros pero, sobre todo, su valor por haber dejado su familia en México siendo niño para luchar en España por un sueño. Hoy tiene dieciocho años y una cornada de veinticinco centímetros que le ha afectado la femoral, pero estoy seguro de que no le va a afectar ni su fe, ni su moral.
Es de esa clase de hombres hechos de otra pasta. Hoy, más que lamentarse por su pierna, lo hacía por los siete festejos que se iba a perder esta temporada.
Querido Joaquín, piensa en cuidarte porque las plazas estarán ahí cuando te recuperes. Y tendrás más oportunidades. Eres torero y serás uno de los grandes. Al tiempo.

martes, 15 de septiembre de 2009

Mi primer recuerdo

Aquel día había más gente de lo habitual en casa de mis abuelos. Yo apenas tenía tres años y medio. Ignoro cuál es el primer momento de su infancia que un adulto es capaz de recordar. El mío fue ese día. Tengo otros anteriores, de nuestro piso en Barakaldo, pero no estoy seguro si se han mantenido indelebles en mi memoria o han sido reconstruidos merced a las pistas que nos va dejando el tiempo como algunas viejas fotos o un arañazo que me infligió una niña en mi mejilla y que aún se puede distinguir.
Pero desde luego, recuerdo aquella estancia: la mesa camilla, la vieja radio de madera, la ventana a la carretera… Y recuerdo la entrada de un bebé en brazos de mi madre. No lloraba. Creo que alguien me hizo fiestas. Cuando nace el segundo hijo, el hecho de presentárselo al primogénito, sobre todo si este es aún pequeño, es todo un ritual. Y, por un momento, el primogénito se convierte en una especie de sumo sacerdote de la ceremonia familiar. “Es tu hermanito. Se llama Fernando”.
Han pasado cuarenta y un años. Cua-ren-ta-y-uno. Manda narices. Fernando nació en Zamora un quince de septiembre a las nueve de la mañana. Por poco llega al colegio.
Tengo otros recuerdos posteriores antes de cumplir los cuatro años como una copiosa nevada que contemplé perplejo desde nuestro piso de Tafalla o la primera vez que fui al cine. Vimos Bambi en el cine Rekalde. Tuve que refugiarme en las gracias de Tambor para tratar de no acordarme de la muerte de la madre de Bambi a manos de los cazadores. Suprimirían esa escena en versiones posteriores y, por una vez, estoy de acuerdo con la censura porque creo que sigo conviviendo con aquel trauma.
Fernando y yo dicen que nos parecemos. De hecho en Villalpando nos suelen confundir (aún no nos lo explicamos porque nos damos un aire pero, desde luego, somos distintos). A él le preguntan por Sevilla y las novelas, y a mí por Málaga y por los niños. Al principio tratábamos de aclarar el equívoco, pero estamos tan aburridos que ya contestamos como si fuéramos el otro. Lo que imagino que conlleva a mantener la confusión.
Desde aquel día en casa de mis abuelos, Fernando ha estado ahí. Y hoy es justo reconocer que hay caminos que uno no puede recorrer solo. A estas alturas ya sabrán por qué don Fernando de Zúñiga se llama así.
Querido hermanito, que tengas un buen día y que cumplas muchos más. No sé si recordarás esta foto en la que apareces con tu trajecito azul cobijado en las faldas de la abuela Chon.

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Nueve del nueve del nueve

Tengo una crisis bloguera, no es una crisis cualquiera. ¡Tolón, tolón! Pues sí, en estos estos días he estado sopesando la idea de cerrar este blog. Ya estoy embarcado en mi nueva novela y dado que he de robarle tiempo al tiempo para poder sentarme ante el ordenador, tengo la sensación de que horas que no le dedique a la novela es como si le estuviera poniéndole los cuernos, y eso me provoca remordimientos. Saramago (que seguro que tiene más tiempo que yo) ha cerrado su blog para dedicarse en cuerpo y alma a su próximo libro. Y si lo ha hecho Saramago…
Por otro lado, hay semanas que se me agotan los temas. Son los inconvenientes de tratar de escribir sin tener demasiado en cuenta la actualidad y sin meterse con nadie (¡y voto a Bríos que a veces me tengo que morder la lengua!).
Así que El cazador de momentos va a cumplir un año de chiripa.
Sin embargo, dados los tiempos que corren y que el futuro (que ya ha llegado) está en los sistemas multimedia, descolgarme de lo digital como que me asusta. Y es que mis novelas ya se pueden adquirir en formato electrónico (no sé si ya incluso se podrán piratear). Parece que dejar de existir en el ciberespacio es como dejar de existir, punto.
Y lo que es más importante, esta bitácora me permite mantener contacto con mis amigos y con mis lectores (en muchos casos, ambas categorías ya se han mezclado).
Además, este lugar no deja de ser un refugio. Un refugio de la sociedad que nos rodea, de la que cada vez estoy más asqueado. No suelo ver la tele, mejor dicho: no veo la tele; cuando la pongo es en busca de programas concretos que me interesan: alguno de viajes, algún partido, las noticias y poco más… y mientras me siento a comer, un rato de Sé lo que hicisteis, donde en unos minutos se pueden ver todas las barbaridades emitidas en las distintas cadenas (aparte de que salen unas presentadoras muy simpáticas).
Hay que reconocerlo, vivimos en una sociedad donde Gran Hermano 327 ó 328 (he perdido la cuenta) bate en audiencia a Doctor Mateo, donde los protagonistas de los medios son Zapatero y Belén Esteban... Sin comentarios. Bueno sí, uno pequeño: esa señora gana más en un mes que la gran mayoría de los escritores de este país con alguna de sus novelas. Y sé lo que digo, porque en mi oficina tengo como cliente a uno de esos nuevos famosos que cada vez que él o su madre van a un programa basura y nos visitan para ingresar un cheque se le quitan a uno las ganas de trabajar para tratar de enrollarse con la ex del ex de la miss Me río de los pazguatos que me seguís el rollo.
Al hilo de esto, tengo una anécdota. A raíz de la publicación de Muerte dulce, una asociación benéfica (ya he hablado de ella) me invitó a un campeonato de mus en el que participaban unos cuantos famosos y algún que otro desubicado (como yo). Conocí a mi pareja de juego en el photocall (creo que se llama así). Sin saber cómo, me vi ante un montón de fotógrafos, posando como buenamente podía junto a tres tipos que no sabía quiénes eran, pero que parecían muy populares. Algo habrán escrito o algún edificio habrán construido, me dije yo. La prudencia me hizo aguardar a que alguien me informara sobre mis compañeros de posado. Fue mi pareja de mus (por cierto, un tipo muy correcto) quien se presentó: Hola, soy Ángel, el padre de Pepe. Mentalmente, comencé a repasar a toda velocidad a los Pepes famosos que conocía pero no se me ocurrieron más que Pepito Grillo y Pepe Carvalho. Jobar, Félix, ¡vaya deformación!, que esos son personajes literarios. El buen hombre debió darse cuenta de mi cara de búho y tuvo la amabilidad de aclarármelo: ¡Pepe, hombre!, ¡el ganador de Gran Hermano 7!
Así que por ahí deben de rondar unas cuantas fotos en las que aparecen un concursante de GH, dos más que fueron a pasar hambre a no sé qué isla y otro con cara de despistado del que los fotógrafos aún se estarán preguntando quién era el tipo ese y qué carajo pintaba allí (eso también se lo preguntaba el tipo despistado). Eso sí, honestamente he de reconocer que los tres eran muy majos.
Y mientras me he ido por los cerros de Úbeda, en esta fecha tan “nuevedosa” he llegado a una conclusión salomónica: seguiré por aquí, aunque habrá más fotos que textos y quizás espacie las entradas. Ustedes descansarán y yo tendré más tiempo. A ver si se aclara mi niebla mental.

miércoles, 2 de septiembre de 2009

Montserrat

En un mes de septiembre de hace cuatro años, fui a Barcelona para ser operado de mi maltrecho ojo derecho (ya he mostrado en más ocasiones mi agradecimiento público al doctor Corcóstegui). El globo ocular pudo salverse -más o menos- pero la visión ya no se pudo recuperar. Eso sí, cuento con la ventaja de que no tengo que cerrarlo para hacer fotos.
Como entenderán, veo la vida únicamente con mi ojo izquierdo y creo que no la veo mal del todo (veremos a ver que dicen en el recocimiento médico cuando me toque renovarme -ya mismo- el carnet de conducir).
Aprovechando aquella visita, me acerqué a Montserrat. Era una preciosa mañana nublada y gris. Aquí les dejo estas fotos que, como suelo decir, no hacen justicia al lugar. Un lugar bello, mágico y misterioso.