miércoles, 25 de febrero de 2009

Nostalgia

Con la fotografía perpetuamos imágenes. Es curioso. Una imagen sirve para recordar otra.
A veces, nuestra cámara capta paisajes o edificios que mañana permanecerán en su sitio. Lugares que podremos volver a fotografiar. Otras veces, hacemos fotos a situaciones que podrán repetirse de forma similar a lo largo del tiempo, quizás con otros personajes pero con la misma esencia, como toda clase de festejos locales que se suceden año tras año.
Sin embargo, hay algunas fotos que van más allá. Fotos que sirven para que personas o lugares que ya no están, perduren nítidamente en nuestra memoria. Lugares, tal vez, que significaron algo especial en un momento de nuestras vidas y a donde resulta imposible regresar salvo con el recuerdo.
Este dibujo presidió durante muchos años el bar de Toño. Exactamente los años en los que me apetecía trasnochar para tomarme una copa con mis amigos durante las vacaciones, mientras disfrutábamos al ritmo de Loquillo, Nacha Pop, Burning o Los Secretos.
Con la reforma del bar, el dibujo desapareció. Y en cierto modo, mis salidas nocturnas también. De vez en cuando, sigo yendo al bar de Toño, pero los tiempos han cambiado. Ya no está la afligida Estatua de la Libertad ni el niño consolándola. Además, la juventud demanda otro tipo de música que ya no estoy en condiciones de soportar más de diez… cinco minutos. Menos mal que Toño es un buen tipo y, cuando la gente se va, nos pincha esas viejas canciones que nos quitan unos cuantos años.
Afortunadamente, un día tuve la feliz idea de hacer esta fotografía. Además de la belleza de lo que representa, a mí me hace recordar buenos tiempos. Aunque a veces la nostalgia se viste de amargura y hay quien prefiere no echar la vista atrás, yo siempre le encuentro ese punto de dulzura.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Un carnaval silencioso

La palabra Carnaval parece que tiene que ir unida a bullicio o jolgorio. Y si no que se lo digan a los gaditanos, a los canarios o a los brasileños. Ellos celebran el Carnaval con gran estruendo. A mí, como no me gusta el ruido, no me entusiasman los carnavales.
En teoría, un fotógrafo debería de disfrutar con una cámara en ristre, disparando a diestro y siniestro entre una marabunta de piratas, payasos, trogloditas o extraterrestres entonando popurrís al ritmo de un pito de carnaval. Pero, que quieren que les diga, teniendo Cádiz a tiro de piedra y buenos amigos gaditanos, aún no me he visto con fuerzas de abordar tal tarea.
En febrero del año pasado, Pilar me preparó un viaje sorpresa a Venecia. Y sorpresa fue la que me llevé yo al descubrir unos carnavales silenciosos. No es que me encantasen, pero al menos se podían oír a las gaviotas mientras los cientos (o miles) de turistas acribillaban a disparos fotográficos a unos cuantas personas disfrazadas en el muelle junto a la Piazza San Marco.
Sin darme cuenta, ya he descrito el Carnaval de Venecia. Pues eso, decenas de hombres y mujeres, espectacularmente ataviados, portando bellísimas máscaras. Posaban en los lugares más bonitos y estudiados (se movían dependiendo del sol para facilitar la calidad de las imágenes) con el único propósito de obtener el mayor número de fotos de las legiones de turistas que les perseguían como posesos, tratando de captar una instantánea en la que no se colara otro turista. Tom Cruise lo tuvo más fácil en Misión Imposible.
Quizás se pregunten si fui uno más de esos posesos. Sí y no. He de reconocer que el primer día caí en la tentación del colorido de las máscaras y gasté algunos carretes en colorines (que el dios del blanco y negro me perdone). Pero una vez visto el percal, el día siguiente fue más divertido.
Ocurrió que nos agenciamos unas capas negras y nos compramos el kit de maschera nobile: careta blanca, pañuelo de seda y sombrero de tres picos. Al fin y al cabo, se trata del disfraz más genuino de Venecia, ya que los vestidos pomposos vinieron después. Ataviados de tal guisa, nos paseamos por puentes, plazas y canales, posando para turistas y respondiendo al agradecimiento que nos mostraban, realizando una sutil reverencia con la cabeza. Jamás pensé que llegaría a confesar que bajo la máscara del tipo de la imagen de abajo, se encuentra un servidor haciendo las delicias de un puñado de turistas... y de Pilar que se partía de la risa mientras fotografiaba la estampa.
Y ellos tan contentos. Habían conseguido una magnífica foto de todo un veneciano auténtico. Tan auténtico como un finlandés vestido de corto en la Feria de Abril de Sevilla.

miércoles, 11 de febrero de 2009

Despedidas

Cuando uno no se quiere ir, lo único bueno que tienen las despedidas es la confianza en el reencuentro. Las despedidas saben a tristeza y huelen a melancolía. Nos pasamos la vida despidiéndonos. Despidiéndonos de lugares, de familiares, de amigos… Lugares, familiares y amigos que evocamos en la distancia, o peor aún, que evocamos en el tiempo.
La mirada de esta muchacha enamorada es una preciosa despedida. Una despedida primeriza. Sus ojos albergan la inocencia que sólo otorga una despedida. Quizás, las miradas de las despedidas sean las únicas que nunca pierden esa inocencia.
Yo me he pasado la vida despidiéndome. Atrás han quedado demasiados lugares, demasiados familiares, demasiados amigos… La mayoría están ahí, esperando el reencuentro. Tal vez no se produzca nunca, pero nos tranquiliza saber que están ahí. Sin embargo, algunos ya no volverán. José Noguera terminó yéndose. Hoy le he dado mi última despedida. Hasta siempre, José.

miércoles, 4 de febrero de 2009

Un rayo de esperanza

Mi amigo José es un tío dicharachero y buena persona. Siempre de buen humor. Joven para morir. Aunque supongo que siempre se es joven para morir. Es de la cosecha del 65, como yo.
Lleva unos meses fastidiado con una hepatitis que le ha dejado en los huesos. Treinta kilos se ha dejado por el camino (y pesaba ochenta). La enfermedad se le ha complicado con una diabetes.
Este fin de semana, para colmo, le hicieron unas radiografías en la cabeza y le han diagnosticado un tumor cerebral bastante avanzado.
Hoy le dijo a su mujer: "Charo, me voy para arriba".
El destino es cruel y la vida se nos va cuando menos te lo esperas. José está muy débil y creo que está a punto de tirar la toalla. Tantos golpes en tan poco tiempo noquean a cualquiera.
Aún así, espero que se aferre a la vida... como el último rayo de luz que tiñe de plata las olas del mar.