Cuando uno no se quiere ir, lo único bueno que tienen las despedidas es la confianza en el reencuentro. Las despedidas saben a tristeza y huelen a melancolía. Nos pasamos la vida despidiéndonos. Despidiéndonos de lugares, de familiares, de amigos… Lugares, familiares y amigos que evocamos en la distancia, o peor aún, que evocamos en el tiempo.
La mirada de esta muchacha enamorada es una preciosa despedida. Una despedida primeriza. Sus ojos albergan la inocencia que sólo otorga una despedida. Quizás, las miradas de las despedidas sean las únicas que nunca pierden esa inocencia.
Yo me he pasado la vida despidiéndome. Atrás han quedado demasiados lugares, demasiados familiares, demasiados amigos… La mayoría están ahí, esperando el reencuentro. Tal vez no se produzca nunca, pero nos tranquiliza saber que están ahí. Sin embargo, algunos ya no volverán. José Noguera terminó yéndose. Hoy le he dado mi última despedida. Hasta siempre, José.
La mirada de esta muchacha enamorada es una preciosa despedida. Una despedida primeriza. Sus ojos albergan la inocencia que sólo otorga una despedida. Quizás, las miradas de las despedidas sean las únicas que nunca pierden esa inocencia.
Yo me he pasado la vida despidiéndome. Atrás han quedado demasiados lugares, demasiados familiares, demasiados amigos… La mayoría están ahí, esperando el reencuentro. Tal vez no se produzca nunca, pero nos tranquiliza saber que están ahí. Sin embargo, algunos ya no volverán. José Noguera terminó yéndose. Hoy le he dado mi última despedida. Hasta siempre, José.
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