domingo, 25 de septiembre de 2011

martes, 20 de septiembre de 2011

La última balada del último rockero

Le temblaban las piernas y, por un momento, temió que se le olvidaran las letras de las canciones. De esas canciones que había interpretado cientos de veces antes miles y miles de fans en teatros, plazas de toros y campos de fútbol.
Esa sensación solía acompañarle en cada concierto, aunque desaparecía nada más subirse al escenario. Sin embargo, aquella noche, al sonar los primeros compases de su banda se dio cuenta de que le superaba la emoción.
Y es que tras toda una vida dedicado a la música, se despedía de su público.
Gentes de todas las generaciones abarrotaban el auditorio. El artista apenas podía distinguir unos cuantos rasgos en un mar de caras radiantes.
Resultaba inevitable evocar los comienzos, llegado el fin.
Mientras cantaba, se le venían a la cabeza los tiempos duros de su precoz adolescencia: la muerte de su padre, los trabajos precarios, las lágrimas de su madre en su partida a Madrid, aquellas pensiones de mala muerte…
Cada canción le retrotraía a épocas pasadas. Y el público las coreaba, demostrándole el cariño al que se había hecho merecedor después de tantos años. Su voz puede que hubiera perdido algo de potencia; sin embargo, ahora sonaba más cálida y modulada.
A medida que avanzaba el concierto, se incrementaba esa extraña sensación de alivio y melancolía. Con todo el público ya puesto en pie, se le hizo un nudo en la garganta al cantar a menudo me recuerdas a mí.
La última balada del último rockero.
Aún entonaría el himno que le hizo famoso y la canción compuesta para su gira de despedida.
Gracias fue su última palabra antes de abandonar el escenario.
El viejo rockero cerró los ojos, suspiró hondo y sonrió. Ahora sí, volvía para siempre a Granada, volvía a su hogar.

P.D. La foto está tomada de la página oficial de Miguel Ríos

jueves, 15 de septiembre de 2011

Mis antiguos compañeros

Quizás  suene a batallita, pero es que me parto cuando se trata el asunto del número de niños por clase y lo perjudicial que puede resultar para su educación una clase con más de treinta alumnos. Estas dos fotos me las envío uno de aquellos compañeros que tuve en 6º de E.G.B. (ahora lo llaman Primaria, creo).
Y no, no son dos clases. Esta, en concreto, es 6ºB del Colegio Santa María de Portugalete del curso 1976-77. Lo que ocurre es que no cabíamos en una sola foto y nos repartimos en dos. Por si no tienen ganas de contarlos... de contarnos, somos ¡52!

Eso sí, quien más quien menos se llevó un cogotazo de algún hermano menesiano, pero dudo que ninguno de nosotros se traumatizara por eso. Yo era un buen chico, delegado de clase y esas cosas y sólo me llevé uno. El hermano Manolo estaba repartiendo capones a tres que estaban en fila y gritó: ¡1, 2 y 3! Y a mí me salió del alma completar la frase diciendo: ¡Picadora Moulinex!... y me gané el cuarto capón.
Al verles la cara, recuerdo los apellidos de todos y me llueven imágenes cargadas de ayer. Hasta me dan ganas de pasar lista y escribir los nombres de todos estos niños de las fotos que no debieron de salir demasiado mal formados del colegio  porque, con el tiempo, terminaron siendo médicos, profesores, arquitectos, ópticos, ingenieros, abogados, empresarios, informáticos, políticos, atletas e incluso hubo uno que se convirtió en escritor... pero es que en todos los rebaños hay una oveja negra.

domingo, 11 de septiembre de 2011

miércoles, 7 de septiembre de 2011

La última diapositiva

Aunque mi vieja cámara seguirá haciendo fotos con carretes en blanco y negro, tengo la impresión de que no haré más diapositivas en colorines. Ésta, que acabo de escanear, pertenece a un carrete que rebobiné sin ni siquiera terminarlo.
No es que sea de las mejores: no pude evitar la palmera y se me metió el brillo de una farola, pero siempre que la vea, recordaré que fue mi última diapositiva.