Me confieso culpable. Soy
culpable porque he perdido la inocencia como lector. Ya no me abandono a
cualquier historia como antes. Ahora empiezo cada libro con una reticencia de
la que carecía. Me da igual quién lo haya escrito. Enseguida me asalta la falta
de estilo, los excesos de “había”, una mala construcción o la reiteración de
frases comparativas… como si para escribir con dignidad hubiese que abusar de
los “como”, como si fuese imprescindible enlazar una metáfora ingeniosa con
otra, como si –acordándome de las sinopsis de Ángel Sanchidrián- los “como” fueran lo que dieran calidad a la
novela.
Reconozco que también tengo mis
manías, algunas indefendibles. Me llevan los demonios cuando leo algunas
palabras que parecen imprescindibles en una novela. Y confieso que yo también
las he usado alguna vez. No diré cuáles son para que nadie se sienta ofendido.
A modo de ejemplo, solo una. No me gusta “azulado”. Pero insisto en que esta es
una manía personal.
Luego está el asunto de los
autores. En los últimos años he tenido la suerte de conocer a muchos. Y aquí me
resulta imposible desprenderme de las antipatías que unos pocos me han
generado. Alguna vez intenté empezar a leer alguno de sus libros, pero me venía
a la cabeza su engreimiento o su vanidad y no podía avanzar, así que ya no lo
intento.
En cambio, sí me acerco a los
libros de mis amigos, escritos con mayor o menor fortuna. Eso sí, no suelo
comentar mis impresiones en público ni en privado. Si me gusta el estilo, sigo
comprando. Si no, no.
Ahora que tengo más tiempo,
calculo que leo seis novelas al mes, además de los libros que necesito para la
documentación de las mías. Eso quiere decir que no he desistido, que de vez en
cuando me llegan historias que me atraen. Confieso de nuevo que más por el
estilo que por la trama.
Ya no hablo de aquellos
escritores que fueron mis ídolos de juventud y ahora leo sus últimas creaciones
con cierta añoranza. Ignoro si es que ya se encuentran cansados o es que mi
actitud tampoco los ha respetado.
Me confieso culpable, bien que me
pesa. Antes mi imaginación viajaba libre con cualquier lectura, y ahora se
encuentra lastrada por mi falta de inocencia. Lo peor es que creo que ya no
tiene remedio.