miércoles, 29 de julio de 2009

El cielo de Villalpando

Parece mentira pero ya estoy viendo las vacaciones. Y aunque suene pedante, he de decir que este año creo que me las merezco. Aunque sólo sea por andar por Sevilla a 42 grados con el mono de trabajo (en mi caso, el traje y su correspondiente corbata). A propósito, un día en los postres de una comida me permití sugerirle al entonces consejero delegado del banco que en verano podíamos ser un poco más flexibles con el tema de la corbata. Reproduzco literalmente su respuesta: “Esta es una empresa capitalista y aquí se trabaja con corbata, y si tienen sed se toman una cerveza que la Cruzcampo está muy buena”.
El hecho es que el viernes me quito el traje y me voy a Villalpando. Este año con tanto sarao promocionando Muerte dulce, me he gastado parte de mis vacaciones y sólo me quedan 19 días. Muchos de ellos los pasaré en el pueblo, comiendo, descansando y jugando al mus. A la vuelta Naturhouse y yo tendremos unas palabras… pero eso será a la vuelta.
Por eso, hoy quiero mostrar algunas fotos que publiqué hace ya algunos años en Villalpando, paisajes y rincones. Fue un libro que me autoedité y que gracias a los 500 ejemplares que se vendieron no me costó el dinero. Se trata de una obra con un montón de fotografías con textos sobre la historia de la villa. Desde la distancia, me causa cierto rubor contemplar muchas de las fotos publicadas porque soy consciente de que, por decirlo de una manera amable conmigo mismo, son claramente mejorables. En mi descargo, he de decir que fueron tomadas en mis primeros tiempos como fotógrafo y que hay un montón de cariño depositado en ellas.

A partir del sábado volveré a pasear por esos campos de atardeceres imposibles y a sentir el calor de la familia. No creo que haya modo mejor de pasar las vacaciones.

miércoles, 22 de julio de 2009

Cucaña y otras tradiciones

Hoy comienza la velá de Santa Ana en Triana. La mayoría de ustedes ya saben que no me va mucho el gentío y el jolgorio (y menos si huele a sardinas), pero he de reconocer que siento un gran respeto por las tradiciones. Decir lo contrario sería ir contra mis principios, dado que me ha dado por escribir novelas ambientadas en épocas pretéritas.
Ya en 1682, don Fernando de Zúñiga le dijo al obispo de Zamora: Todo hombre tiene que saber de dónde viene para conocer a dónde va.

Hay manifestaciones festivas que se vienen celebrando desde siglos y considero que así tiene que seguir siendo. Y a mí, egoístamente, el mercado medieval de Ribadavia, los encierros en Villalpando, las traineras en Euskadi o la cucaña en Sevilla me sirven para recrearme y ambientarme otras épocas en la soledad de la noche. Hay pueblos en Zamora, Salamanca u Orense cercanos a Portugal donde los años han pasado más despacio y su vida diaria aún está marcada por las supersticiones o el temor a Dios. Con un poco de imaginación visitarlos es viajar en el tiempo. Este ha sido alguno de los trucos que he usado para moverme por el siglo XVII.

Por eso, me gustan las tradiciones. Algunas se han perdido en algunos lugares, pero se mantienen en otros. Como la cucaña en Sevilla durante las fiestas de Santa Ana en Triana. Las fotos en el Guadalquivir las he hecho yo, pero documentándome para mi próxima novela, me encuentro una estampa –la de abajo- muy parecida en un lugar lejano, lejano en el tiempo y en el espacio. Y descubro con sorpresa que, antaño, había cucaña en mi querida ría.
El respeto a las tradiciones es respeto a las raíces, es evocación, es remembranza… es, en definitiva, no olvidar de dónde venimos.

miércoles, 15 de julio de 2009

Dormir

Anoche, creo que por primera vez desde que tengo uso de razón, quise dormir y no pude. Por fortuna para mí, tengo el sueño fácil. Quizás se deba a mi permanente actividad o a que aprendí a dormir cuando era pequeño. Suelo defender mi fama de ceporro bromeando con que tengo la conciencia tranquila. Dicen las malas lenguas que fui un bebé llorón… y puñetero (eso lo sigo siendo). Durante mis primeros meses lloraba toda la noche. Según cuenta mi padre: hasta las seis de la madrugada, hora a la que él se levantaba sin haber pegado ojo por mis berridos (han pasado 44 años y parece que sigue dolido al recordarlo). En ese momento me quedaba profundamente dormido y por más que mi progenitor me azuzaba –rayando la violencia doméstica y profiriendo epítetos malsonantes-, mi cara angelical de tremendo placer por el sueño en el que acababa de caer ni se inmutaba.
Y es que, realmente, para mí dormir supone un auténtico placer. Y hasta un mecanismo de defensa. De hecho, puedo afirmar que he resuelto un montón de problemas durmiendo. Confieso que muchas veces he huido de la realidad cobijándome en los brazos de Morfeo. Ante un examen inminente poco preparado, ante una discusión familiar, ante una desgracia… pocas cosas me han resultado tan reparadoras como meterme en la cama y dormir.
Por eso, lo de anoche me descolocó. Lo peor es que creo saber cuál fue el motivo de mi insomnio: estoy enganchado a un raro tipo de droga.
Me encuentro en ese momento en que un escritor se ha vaciado promocionando su última novela y debe volver a la soledad y dejar que sus dedos acaricien las teclas del ordenador para que de una pantalla en blanco vaya surjiendo una nueva historia. Y aquí está la madre del cordero. No porque no tenga ninguna idea, sino porque tengo dos. Por un lado, debería escribir otra aventura de don Fernando de Zúñiga (ya tengo la trama y los lugares); pero por otro, me apetece aparcar al doctor Zúñiga (sólo de momento) y contar otra historia ambientada en una época distinta (tengo la historia y la época).
Anoche, tumbado en la cama, combinaba ambas tramas y los nuevos personajes se mezclaban con los de las anteriores novelas. Al final opté por levantarme y encender el ordenador. Sin embargo, sólo conseguí empeorar las cosas. Más documentación, más detalles, más anécdotas, más personajes para las dos historias… Anoche me di cuenta de que mi afición por escribir se acababa de convertir en una necesidad. Una droga.
Cuando miré el reloj casi eran las seis –y me acordé de mi padre-, así que me arrastré hasta la cama. Hora y cuarto más tarde me encontraba maldiciendo la alarma de mi teléfono sólo por avisarme de que a las ocho debía estar en el banco. Desde luego, eran muchos más dulces los pacientes (e insistentes) susurros de mi madre que, día tras día, combatían mi remolonamiento para que pudiera llegar a tiempo al colegio.
Confío en que mis cortas vacaciones de agosto me sirvan para descansar, dormir y madurar mi próxima novela. Ahora, con su permiso, me voy a dormir.

miércoles, 8 de julio de 2009

Bichos raros

Estos días se celebran las fiestas de San Fermín. Antes de nada he de decir que me gustan los encierros (no en vano acudo todos los años a los de Villalpando) y, aunque no soy un gran aficionado a las corridas, hay que reconocer que sin ellas los toros bravos hace siglos que se hubiesen convertido en bichos raros y ya no podríamos verlos ni en los zoos.
Vi el chupinazo en las noticias. Miles y miles de personas, apelotonadas, hasta arriba de vino (por dentro y por fuera); algunas tirándose desde fuentes o balcones para ser recogidos por la multitud antes de estrellarse contra el suelo. ¡Jo, qué bien se lo están pasando! ¡Cómo no envidio estar ahí metido!
Hace tiempo que las aglomeraciones me agobian. Y uno empieza a pensar que o se hace mayor o huraño.
¡Qué quieren que les diga! Disfruto jugando al mus, cantando y tocando la guitarra con Carras y David, tomando cervezas con mis amigos en Bilbao o en Villalpando, cenando con mis colegas en la Peña, bromeando con Pilar, leyendo libros… y no me gustan los centros comerciales, ni las celebraciones multitudinarias de los aficionados al fútbol, ni los lugares atestados.
Adoro el silencio. Quizás por eso, mis oídos no andan finos; tampoco es que me importe. Entiendo que a veces me paso. Hago largos viajes en coche y no pongo ni la radio. Suelo ser reacio a mantener una conversación duradera. Y es que cada vez me cuesta más encontrar sonidos que mejoren el silencio.
También creo que cuando uno necesita de mucha gente para encontrarse a gusto, es que no es feliz consigo mismo. Prefiero pensar así a reconocer que soy un bicho raro.


P.D. O a lo mejor es que necesito que lleguen ya las vacaciones.

miércoles, 1 de julio de 2009

Reivindico género

Hoy estoy reivindicativo. Aunque he de reconocer que mi reivindicación es menor. Después de más de dos meses de promoción de Muerte dulce en los que he participado en firmas, mesas redondas, ferias de libro, presentaciones, entrevistas varias y en lo que se haya terciado para dar a conocer la novela estoy un poco guerrero.
Y es que lectores, periodistas, libreros y hasta editores se empeñan en etiquetar las novelas. Y hasta donde yo sé, a los novelistas no nos hace mucha gracia. Cuando uno comienza a escribir una historia no piensa en que su novela será negra, rosa o amarilla. Pero el mercado –al igual que la sociedad- es como es y parece que todo tiene que ser blanco o negro (¿dónde queda la infinita gama de grises?). ¿Podrán creerse que el mar de la foto era azul?
Lo digo por el manoseado tema de la definición de novela histórica.
Y es que me niego rotundamente a que La sangre de los crucificados o Muerte dulce sean calificadas de novelas históricas. ¡Por supuesto que "también" son históricas! Sin embargo en ellas la historia es sólo ambientación –cuidada al máximo (al menos esa era mi pretensión)-, pero ambientación al fin y al cabo. Lo que predomina en ambas es la intriga –criminal y sentimental-. Claro que tampoco pueden ser tildadas simplemente de policíacas o negras.
Así pues, ya que todo el mundo se empeña en etiquetarlas, paso por el aro pero… ¡eso sí!, reivindico el género negro histórico para mis novelas. ¿Cómo? ¿Que no existe? Pues ya va siendo hora de que se extienda. ¡Hala! Yo jamás metería en el mismo género El nombre de la rosa o Sinuhé el egipcio, por citar dos obras maestras. Ni introduciría en el mismo saco a Alejandro Dumas (Los tres mosqueteros) y a Benito Pérez Galdós (Episodios nacionales).
No es lo mismo una historia que te atrape por su intriga y sus aventuras a otra que roce el ensayo o la historia novelada. Mentiría si dijera que no defiendo a ninguna. A mí la novela histórica en estado puro no me entretiene, pero entiendo que tenga una legión de lectores a la que supongo tampoco le gustará que la confundan con una ficción en la que priman los asesinatos, aunque estos se hayan producido en el siglo XIV o en el XVII. Verosimilitud o Veracidad... That is the question.
Lo dicho: género negro histórico. ¿Máximo exponente? La citada El nombre de la rosa. Pues eso. Queridos lectores, periodistas, libreros y editores, vayan quedándose con la copla.
Por cierto, les dejo una reseña de Adolfo Caparrós Gómez de Mercado, Doctor en Literatura, publicada en Análisis Digital.
http://www.analisisdigital.com/Noticias/Noticia.asp?id=40299&idNodo=-5
Don Adolfo es de los que piensan que entre Dostoyevski y Dostoyevski uno puede beberse un Modroño tan ricamente. Gracias, doctor, usted sí que entiende.
¡Ah! Y para los que quieran echarse unas risas a mi costa, este domingo dentro del espacio El público lee (Canal Sur 2) –en el que el protagonista será Falcones- se emitirá un pequeño reportaje sobre Muerte dulce. En unos días también se podrá ver en Internet, en la página de Canal Sur –Televisión a la Carta-.
Falcones y Modroño. No sé si lo habrán hecho a propósito, pero a mí me suena a chiste de COU, perdón, de 2º de Bachillerato.
En fin, espero que mi reivindicación de género no les haya parecido del género tonto.