Al envejecer a
uno se le agudizan las manías. Y si antes me fastidiaba la mala educación,
ahora directamente no la soporto. Es curioso cómo uno se vuelve más tolerante
en algunas cosas y más intransigente en otras.
Con los años
he aprendido a respetar cualquier idea sobre la política, sobre el amor o sobre
el modo de vivir. Sin embargo, cada vez me soliviantan más los fanatismos, las
corruptelas cotidianas o la incultura.
Nuestro
sistema educativo dista mucho de ser el adecuado. Si no, no se entiende que cada
vez haya menos comprensión lectora o que no haya desaparecido el machismo entre
los jóvenes. Y sí, sí se trata de buscar culpables. Porque somos todos. Cierto
es que las leyes orgánicas democráticas de educación han fracasado una tras
otra, pero también lo es que en nuestro ámbito individual miramos hacia otro
lado cuando nos topamos con conductas reprobables por miedo a ser señalados o
simplemente por evitar problemas.
Por eso, si
queremos erradicar la violencia contra la mujer, solo cabe evidenciar nuestra
más absoluto desprecio contra cualquier tipo de manifestación machista, por nimia
o ingenua que pueda parecer, de esas cotidianas que proliferan a nuestro
alrededor.
Ante el machismo, tolerancia cero.