miércoles, 28 de enero de 2009

De mudanza

Hoy estoy de mudanza. Para los que han sufrido alguna, no hace falta que cuente nada más. Cajas y más cajas, muebles que no caben, cosas que no aparecen… todo eso con un agotamiento extremo y un dolor de lumbares de tres pares de narices. Si además añadimos que tengo un trancazo de órdago, alguien podrá entender que estoy deseando meterme en la cama.
Sin embargo, parece que tengo una cita conmigo mismo todas las semanas en este lugar y aquí estoy. Hay un sinfín de ropa y cachivaches varios que no encuentro, pero mi ordenador y mis fotos siempre están controlados.
Me esperan por delante días de colgar cuadros, colocar cortinas, ordenar objetos varios… Afortunadamente (o por desgracia) tengo un minúsculo trastero donde haciendo encaje de bolillos espero almacenar como si se tratara de un rompecabezas todo aquello que no es útil y que no sé qué mecanismo de nuestro cerebro se resiste a arrojar a la basura.

Hay determinados objetos sagrados. Parece como si al tirarlos, matáramos algo de nosotros mismos. El objeto estrella de esta categoría lo componen recuerdos inservibles de algún viaje. Los libros, los tebeos e incluso las revistas antiguas merecen otro trato. Quizás nunca volvamos a releerlos, pero están ahí. Algunos ingenuos incluso tenemos la esperanza de que nuestros hijos nos recuerden a través de ellos. Si no, ya me dirán que hago con esas cajas de Fotogramas que he coleccionado durante años.
Hay otros objetos que necesitamos mantener para que nuestra memoria regrese a un tiempo, mejor o peor, pero en el que indudablemente éramos más jóvenes: viejas cartas, un instrumento musical que hace siglo que no tocamos… Un poco de eso me ocurre con mi cámara Pentax P-30 (de enfoque manual) o con mi ampliadora. Aún sigo revelando mis negativos en blanco y negro, pero ya no revelo el papel. Atrás quedó el cuartucho que hacía las veces de laboratorio y las horas bajo la luz roja esperando a ver el resultado final de una foto tomada días antes. Pocas cosas se pueden comparar a la magia de ver cómo en el papel blanco van apareciendo negros y grises hasta conformar la fotografía. Por eso me niego a usar una cámara digital cuando persigo una buena instantánea. Sigo sin encontrar sentido a acumular compulsivamente miles de fotos. Fotos que difícilmente podrán ser disfrutadas. Por eso, ya lo saben, me reconozco más cazador que fotógrafo.
Y hablando de fotos, ha llegado el momento de renovar la decoración de mi casa. Como entenderán, suelo repartir algunas por las paredes. Sin embargo, de vez en cuando me canso y las renuevo. La que seguiré dejando en el cabecero de mi cama es ésta de hoy. Y es que una mañana desapacible de niebla en un canal de Dublín incita a cobijarse bajo el edredón. Buenas noches.

miércoles, 21 de enero de 2009

¡Quién fuera vaca en Asturias!

Después de un año trabajando intensamente en la novela, una vez entregada a la editorial, me he venido abajo. Es como si todo el cansancio retenido por la falta de sueño y la intensidad con la que me imbuí de nuevo en don Fernando de Zúñiga y en su época, hubiesen aflorado al concluir la última página. Creo que, con el último punto, descargué el peso de la responsabilidad y ahora me encuentro entre vacío y expectante, aguardando a que los lectores dictaminen su veredicto a partir del mes de abril.
Por eso, sólo tengo ganas de comer y dormir. A veces dan ganas de creer en la reencarnación. Y dado que me tocaría ser animal, puestos a elegir, me gustaría ser vaca. Pero no una vaca cualquiera (tolón, tolón). Me gustaría ser vaca en un lugar determinado. ¿Adivinan dónde? Podría ser en la India… pero no. Y no digan que no lo he puesto fácil en las fotos. Efectivamente, me gustaría ser una vaca asturiana de los lagos de Covadonga. Debe ser cojonudo. Y perdón por el vocablo malsonante, no suelo prodigarme en ellos, pero es que no se me ocurre otro que lo defina mejor (¡ah sí! ¡sería la leche!). Podría comer cuanto me placiese sin tener que controlar el peso, podría tumbarme a la bartola en un sitio privilegiado, podrá rumiar a mis anchas, podría concluir las conversaciones con un simple “Mu”, podría relacionarme con mis congéneres a mi rollo, dejarme querer por un toro de vez en cuando (uy, que me pongo nerviosa)...
Bueno, mejor será que deje lo de la vaca porque esto de ser novelista tiene sus inconvenientes y uno se mete en el papel rápidamente. Y hablando de “Mu”, me acabo de dar cuenta que así comienza el título de mi próxima novela. No, si al final va a resultar que llevo una vaca dentro.

miércoles, 14 de enero de 2009

El puente de Balmaseda

Este precioso puente, símbolo del Balmaseda, es uno de los escenarios de mi próxima novela.

Un viejo puente de traza medieval dio la bienvenida a la berlina polvorienta. Sobre su arco central, el más elevado de los tres, un torreón con un templete adosado servía de puerta de entrada a la villa más antigua de Vizcaya. No en vano, Balmaseda pronto cumpliría quinientos años. Comerciantes, mulateros y trajineros, unos procedentes de Castilla y otros de la costa, aguardaban su turno para que el Cuerpo de Guardia les asignara o les cobrara el impuesto aduanero. Bacalao, salmón, sardinas, azúcar o canela se diezmaban en beneficio de las arcas reales. Sin embargo, la mercancía más preciada era la lana que se almacenaba en las lonjas, esperando su embarque en el puerto de Bilbao, después de haberse lavado y tratado en Burgos adonde llegaba desde tierras segovianas.
Atrás acababan de quedar casi siete días, recorriendo caminos y atravesando aldeas, pueblos y ciudades. Siete días repletos de miradas subrepticias y fugaces. Siete días que Pelayo se había pasado en el pescante junto al padre de Isabel, un hombre con poca conversación, entre otras cosas porque era mudo.

Avanzo un nuevo párrafo de la novela. Aunque la verdad es que me cuesta. Después de tantos meses en los que ha sido sólo mía, hacerla pública me produce una rara mezcla de sensaciones.

martes, 6 de enero de 2009

6 de enero de 1974

Querido diario: hoy han venido los Reyes Magos. Por fortuna, la crisis no va con ellos. Los sirios y los egipcios se liaron a bombazos con los israelitas cuando estos celebraban su día grande y se ha armado gorda. Parece que así se ha iniciado una crisis energética y los que mandan en el tema (la OPEP o algo así) han doblado el precio de barril de petróleo que es lo que vale para hacer la gasolina y que los coches anden. Para colmo, en Gran Bretaña hay huelga de la minería y su gobierno ha dicho que sólo se trabajen tres días a la semana. En cambio, nosotros tenemos que ir cinco días al cole. No es justo. Todo eso se lo he oído a mis padres. Ahora hay tres países más en Europa y ya suman nueve con Dinamarca, Irlanda y Gran Bretaña. A lo mejor es que se debe trabajar menos para entrar en Europa. Como todos los españoles trabajen como mi padre, nosotros aún tenemos para rato. Aquí en España, la cosa está revuelta. Hace unos días mataron a Carrero Blanco que era el Presidente del Gobierno y Franco debe andar bastante enfadado.
Claro que todo eso a los Reyes Magos no les debe haber importado, porque me han traído el Geyper Gol que les había pedido. Es un muñeco de poco más de medio metro, vestido con la camiseta de la selección, que lanza balones para que mi hermano y yo los paremos. Es fenómeno. Menos mal que tenemos alfombra en el pasillo. Yo tengo más cuidado al tirarme, pero Fernando se lo ha tomado muy a pecho y en cualquier momento se rompe la crisma. Aún tiene cinco años y no ve muy bien el peligro. Los dos queremos ser porteros, como Iribar que es el mejor. Por eso, el Athletic gana tantos partidos. El último título de copa fue nuestro.
También me han traído un madelman de la policía montada del Canadá. Es chulísimo. Además me han traído un libro de los Hollister, que es una familia que resuelve misterios, y una baraja de cartas de coches.
De todos modos, después de todo el día dándonos piñas con el Geyper Gol, mi hermano y yo estamos jugando a uno de nuestros juegos favoritos. Cogemos nuestros soldados de plástico, nos los repartimos y nos ponemos uno a cada lado del pasillo para tirarlos con una canica. Gana el que se quede con alguno en pie. Mi preferido es un capitán inglés al que le debe gustar ir por el desierto porque está en pantalones cortos y lleva prismáticos.
En fin, queridos Reyes Magos, un año más quería daros las gracias por vuestros regalos. Claro que lo cierto es que me había portado muy bien.