Después de un año trabajando intensamente en la novela, una vez entregada a la editorial, me he venido abajo. Es como si todo el cansancio retenido por la falta de sueño y la intensidad con la que me imbuí de nuevo en don Fernando de Zúñiga y en su época, hubiesen aflorado al concluir la última página. Creo que, con el último punto, descargué el peso de la responsabilidad y ahora me encuentro entre vacío y expectante, aguardando a que los lectores dictaminen su veredicto a partir del mes de abril.
Por eso, sólo tengo ganas de comer y dormir. A veces dan ganas de creer en la reencarnación. Y dado que me tocaría ser animal, puestos a elegir, me gustaría ser vaca. Pero no una vaca cualquiera (tolón, tolón). Me gustaría ser vaca en un lugar determinado. ¿Adivinan dónde? Podría ser en la India… pero no. Y no digan que no lo he puesto fácil en las fotos. Efectivamente, me gustaría ser una vaca asturiana de los lagos de Covadonga. Debe ser cojonudo. Y perdón por el vocablo malsonante, no suelo prodigarme en ellos, pero es que no se me ocurre otro que lo defina mejor (¡ah sí! ¡sería la leche!). Podría comer cuanto me placiese sin tener que controlar el peso, podría tumbarme a la bartola en un sitio privilegiado, podrá rumiar a mis anchas, podría concluir las conversaciones con un simple “Mu”, podría relacionarme con mis congéneres a mi rollo, dejarme querer por un toro de vez en cuando (uy, que me pongo nerviosa)...
Por eso, sólo tengo ganas de comer y dormir. A veces dan ganas de creer en la reencarnación. Y dado que me tocaría ser animal, puestos a elegir, me gustaría ser vaca. Pero no una vaca cualquiera (tolón, tolón). Me gustaría ser vaca en un lugar determinado. ¿Adivinan dónde? Podría ser en la India… pero no. Y no digan que no lo he puesto fácil en las fotos. Efectivamente, me gustaría ser una vaca asturiana de los lagos de Covadonga. Debe ser cojonudo. Y perdón por el vocablo malsonante, no suelo prodigarme en ellos, pero es que no se me ocurre otro que lo defina mejor (¡ah sí! ¡sería la leche!). Podría comer cuanto me placiese sin tener que controlar el peso, podría tumbarme a la bartola en un sitio privilegiado, podrá rumiar a mis anchas, podría concluir las conversaciones con un simple “Mu”, podría relacionarme con mis congéneres a mi rollo, dejarme querer por un toro de vez en cuando (uy, que me pongo nerviosa)...
Bueno, mejor será que deje lo de la vaca porque esto de ser novelista tiene sus inconvenientes y uno se mete en el papel rápidamente. Y hablando de “Mu”, me acabo de dar cuenta que así comienza el título de mi próxima novela. No, si al final va a resultar que llevo una vaca dentro.
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