viernes, 23 de marzo de 2012

Que te vaya bonito

Suena de fondo una canción de María Dolores Pradera y se me llena el cuerpo de emociones.
Me recuerda a los veranos de mi infancia en Villalpando y, más concretamente, a la casa de mi amigo Jesús Seoane, ya que su madre siempre tenía un disco suyo puesto. Confieso que entonces le tenía un poco de manía a esa música tan aburrida cuyas letras no entendía. Ahora sé para entenderlas hay que haber vivido, y consiguen emocionarme.
De repente, las identifico con algunas de Los Secretos, uno de mis grupos favoritos y pienso que es una pena que no hubieran cantado algo juntos.
De todos modos, busco en Google: Los Secretos María Dolores Pradera y, para mi sorpresa, me topo con un video en que ella y Enrique Urquijo interpretan Que te vaya bonito.
Sonrío y no puedo por menos que enlazarlo para que también ustedes lo disfruten. Ojalá que te vaya bonito.... Ojalá que les vaya bonito.

jueves, 22 de marzo de 2012

La restauración de la Puerta Villa

Según me cuentan, el inicio de la obras de restauración de nuestra querida Puerta Villa está siendo objeto de cierta polémica.
A mí me queda la tranquilidad de que están en manos de Fernando Cobos, uno de los arquitectos más reputados en restauración de monumentos quien, por cierto, está a disposición de todo aquel que tenga curiosidad por saber cómo se van a realizar las obras, sin que haya necesidad de crear ninguna alarma.
Fernando Cobos es miembro desde hace 20 años de la Asociación Española de los Amigos de los Castillos y del Consejo Científico de Europa Nostra, pertenece a la junta directiva de la Asociación Española de Arqueología Medieval y ha sido ponente en numerosos Congresos Científicos Internacionales. Eso por resumir su espectacular currículum.
Así que no creo que esté  muy interesado en realizar un estropicio esta vez. Ya tendríamos mala suerte de que fuera el primero, después de sus magníficos trabajos en los castillos de Castrotorafe, el de Ponferrada, el de Íscar o el de La Mota en Medina del Campo por nombrar algunos de los más cercanos.
Me dicen que una de las mayores preocupaciones es que no haya altura suficiente para que pase el Nazareno en Semana Santa. Para el sosiego general diré que, aunque ahora pueda parecer lo contrario, el suelo va a quedar a la misma altura que estaba, incluso un poco más bajo; por lo que si antes pasaba, cuando acaben las obras con más razón.
Por último, soy de los que defiende la ausencia de humos junto a las obras de arte -sobre todo si demandan un mimo especial-, por lo que no veo el inconveniente de evitar la circulación de vehículos bajo el arco, así ninguno podrá dañar el monumento ni chocarse contra él, como ya ha ocurrido con anterioridad. Y de paso, evitamos la posibilidad de un accidente. ¿Hay algún ciclista que no se haya dado un susto al toparse en pleno arco con un coche? Creo que cualquiera que tenga un mínimo de sensibilidad estará de acuerdo. Por fortuna, las nuevas generaciones están más mentalizadas en este sentido. No hace mucho, los alumnos del I.E.S. Tierra de Campos de Villalpando obtuvieron el 2º premio en el concurso Los Nueve Secretos convocado por la Junta de Castilla y León gracias a sus sugerencias al proyecto de rehabilitación de la Puerta Villa, entre las que -lógicamente- estaba su peatonalización.
Asi que, como creo en la labor de los buenos profesionales, estoy seguro de que en menos de un año, la Puerta Villa volverá a lucir con el esplendor de antaño. Al tiempo.

P.D. La foto es del blog de mi amigo Varo.

sábado, 17 de marzo de 2012

Una historia del Athletic

Últimamente los del Athletic andamos bastante contentos. En Bilbao, y yo diría que en toda Bizkaia (denominación oficial desde el 7 de julio de 2011), da igual que te guste o no el fútbol: ser vizcaíno implica ser del Athletic.
Desde el jueves ando dándole vueltas para contar algo de nuestro equipo, pero se han escrito tantas cosas que he preferido rescatar un precioso artículo que Jon Uriarte escribió antes de la final de Copa de 2009. Estoy seguro de que este año sí, Jon tendrá que visitar ese cementerio.

Hace un cuarto de siglo prometí que jamás volvería a aquel cementerio. Pero en esa promesa había algo más. Una excepción. Una cuestión de familia. Y en ella tiene mucho que ver el Athletic. Porque es uno de los nuestros. Es 'de casa'. Y así lo recuerdo.
Un chaval de Sodupe llamado Dani firmó su primer contrato en el restaurante de la familia. En los 70, Uriarte, los Rojo, Churruca y compañía compartieron en él noches de mesa y mantel. Iribar, amigo de la 'casa', sufrió las broncas de la abuela María cada vez que encajaba un gol. En los 80 preparamos los bocadillos que llevó aquel equipo campeón en sus viajes hacia la gloria. Y así, hasta hoy. Distintos lugares y diferentes motivos, pero siempre con el Athletic. Para entender la esencia de esta relación, basta con recordar por qué mi hermano y yo somos socios. Tras negarnos durante años esa posibilidad, nuestra madre nos sorprendió con los deseados carnés un buen día de 1981. Interrogada sobre el cambio de opinión, confesó su preocupación de que el tiempo, el trabajo o, incluso, nuestras parejas pudieran distanciarnos. Y que de esa manera, al menos cada quince días, los hermanos nos veríamos en San Mamés y la familia permanecería unida.
Tenía razón. El trabajo y el destino apenas nos permiten coincidir media docena de fechas al año. De hecho, es mi hermana quien ocupa mi asiento y me hace 'perdidas' al móvil cuando metemos un gol. Sonidos que provocan que, en el viejo Foro, se sorprendan con los gritos, triunfales y fuera de sitio, de un bilbaíno forofogoitia. Pero hay más. El Athletic es la excusa para realizar, al menos, una llamada semanal. Hablar de la alineación o el partido es el preludio de un qué tal estáis, qué hay de tu problema o cuándo quedamos. Cosas de casa. Por eso nuestro equipo significa mucho más que lo que se le supone a un club, por muy centenario que sea. Para los que vivimos en el extrarradio del mapamundi de Bilbao, en mi caso a 380 kilómetros, el Athletic es una referencia. La demostración de que en casa todo sigue igual. Que aún queda algo intacto entre aquello que dejamos atrás. El antídoto contra el síndrome de Ulises. Una ciudad, un pueblo y una familia unidos tras un escudo. En mi vida, apenas he llorado un puñado de veces. Y de verdad, aún menos. Por eso me sorprendo cada vez que una lágrima delatora se me escapa delante del televisor, al ver y escuchar el rugido de la 'La Catedral'.
El Athletic es de todos y de nadie. Tan singular en filosofía como plural en seguidores. Tan respetado como incomprendido. Hay equipos que hacen historia, el Athletic hace leyenda. Somos la última prueba de que, alguna vez, el fútbol fue un deporte romántico. Y todo porque un día indeterminado decidimos seguir un peculiar camino. Donde otros veían el final nosotros veíamos principios. Elegimos ser David cuando todos querían ser Goliat. Un acuerdo de caballeros que se mantiene, pese a todo, entre millones de aficionados alejados en lo geográfico, lo político, lo cultural o lo social. Aquel día incierto, elegimos vencer menos pero ganar más. Y entendimos que el Athletic es una cuestión de familia. Por eso, hace 25 años, prometí que no volvería a cierto cementerio, salvo por un motivo. Fue un día de todos los Santos y aquel lugar me pareció la apología de la tristeza. Un mercado de lamentos que nada tenía que ver con el objetivo de mi visita. Así que me fui para siempre, dejando en el aire una promesa. Que sólo volvería por un motivo. Por aquello que nos unió y nos dio en el pasado alegrías e ilusiones. Por una Liga o una Copa del Athletic. Para celebrar con los míos que volvía el campeón. Ha pasado un cuarto de siglo. Muchos no lo han vivido y otros lo revivimos con nostalgia. Pero ha llegado el momento. Este año la Copa será nuestra.
Tras conseguirla, pasados unos días, regresaré a aquel cementerio, acompañado de parientes y amigos. Y nos situaremos, sonrientes, frente a la tumba de mi aita. El hombre que, en su último año de vida, sin saberlo nosotros, acordó con mi madre hacernos socios. Y cumpliré una vieja promesa. La de celebrar juntos el triunfo de una forma de ser y de sentir. La que nos ha hecho grandes y, sobre todo, únicos. Ese día, en ese lugar y en familia, los que estamos y los que se fueron cantaremos con orgullo el himno del Athletic.

domingo, 11 de marzo de 2012

Sinopsis de La ciudad de los ojos grises

Por aquí les dejo, la sinopsis que la editorial ha elaborado para La ciudad de los ojos grises:

Tras varios años viviendo en París, Alfredo Gastiasoro regresa a Bilbao cuando se entera de que Izarbe ha muerto. Su retorno pretende ser el último homenaje a la mujer que amó, pero pronto se convierte en una pesquisa sobre las inquietantes circunstancias que rodearon su muerte.
Alfredo tendrá que enfrentarse a su propio pasado, reviviendo una historia de amor que coincide con la época en que Bilbao deja de ser una población casi rural para convertirse en una de las ciudades más prósperas del Viejo Continente.
Magníficamente ambientada en los primeros años del siglo XX, y a medio camino entre novela negra, el género histórico, el relato sentimental y hasta el de viajes, La ciudad de los ojos grises es, sobre todo, una bella historia de suspense y nostalgia, de amor por una mujer y una ciudad.

sábado, 10 de marzo de 2012

El olor del pan

No sé quién dijo que las fotos no huelen.
Pocos olores me resultan más agradables que los que emanan de una panadería a primera hora de una mañana fría de invierno.

lunes, 5 de marzo de 2012

La cubierta de La ciudad de los ojos grises

A un mes de su publicación, recibo el boceto de la cubierta de La ciudad de los ojos grises.
Me gusta… me gusta de verdad. Y, sobre todo, creo que dice mucho de la novela.
Supongo que sólo le quedan pequeñas correcciones para ser el definitivo. Entre otras cosas, aún le estamos dando vueltas a la leyenda que aparece bajo el título, así que si alguien tiene alguna sugerencia, puede escribirme al correo de contacto que aparece en mi web. Será bien recibido.

sábado, 3 de marzo de 2012

Palmeras de coco

Hay dulces que saben a infancia. Desde los donuts a los bollycaos, pasando por tigretones, tortas de coscarón, rosquillas, brebas o bollos de mantequilla. Estoy seguro de que todos tenemos alguno que de alguna manera nos evoca nuestra niñez.
Los míos, sin duda, son las palmeras de coco, las cuales -por cierto- nada tienen que ver con las del Caribe. Mi añoranza por ellas se ha acentuado a lo largo de mi vida porque durante muchos años solo se podían  encontrar en el País Vasco. Así que cada vez que regreso a Bilbao, una de las primeras cosas que hago es comprarme una en la primera pastelería que encuentro. Ya pueda haber acabado de desayunar o de atracarme con un chuletón.
Ese hojaldre en su punto, cubierto de crema de mantequilla, coco y azúcar constituye no solo uno de esos pequeños placeres de la vida sino un hilo de unión con el niño que fui.
Después de muchos años recorriendo pastelerias, terminé por asumir que solo había palmeras de coco en Euskadi. Y, en cierto modo, esa resignación llegó a causar el bienestar de volver a encontrármelas en cada regreso. Comer una palmera de coco suponía que regresaba a mi patria chica. Y cuando terminaba de zampármela, mientras me sacudía el coco rallado que había caído sobre mi ropa, me quedaba un regusto a mantequilla y a infancia.
Pero hete aquí que la semana pasada, en una visita de mi hermano a Sevilla me suelta:
-¡Hay palmeras de coco en Triana!
-¿Estás seguro?
-¡Que sí, tío! Que me acabo de comer una.
Y no crean que esa tremenda revelación me causó una alegría especial. Más bien, todo lo contrario. Me contrarió que ahora les diera por viajar... ¡a estas alturas! Son las cosas que tiene la globalización: palmeras de coco en Triana... ¡manda narices!
Claro que me faltó tiempo para cruzar el Guadalquivir y, a pesar de estar a dieta, comerme una en la misma puerta de la pastelería.