sábado, 1 de mayo de 2010

La ley de la montaña

Confieso que hace un tiempo me borré del mundo o, mejor dicho, el mundo se borró para mí. Harto de leer siempre las mismas noticias decidí abstraerme de la prensa. Para bien o para mal, aquello me duró un par de años.
Desde entonces, he vuelto a leer los periódicos a diario. Los leo con desgana: me lamento de las desgracias, me aburren los datos económicos y me horripilan las declaraciones de los políticos. Sin embargo, de vez en cuando, algún suceso me llama la atención.
Esta semana hemos podido seguir en directo la muerte de un montañero en el Annapurna. Gracias, o por culpa, de las nuevas tecnologías hemos conocido su agonía minuto a minuto y nos hemos enterado de que Tolo Calafat se despidió de su esposa y de su hijo pequeño en una conversación telefónica.
Poco antes, Edurne Pasaban y Oh Eun-Sun pugnaban con teles en directo por ser la primera mujer en coronar los 14 ochomiles. Lo cierto es que Corea se tomó el reto como un asunto de estado, máxime cuando una de sus súbditas, Go Min-Sun, también falleció en la montaña el año pasado descendiendo su undécimo ochomil.
No seré yo quien cuestione este tipo de duelos, si bien hasta ahora el único desafío de un montañero era el que establecía contra sí mismo y contra la naturaleza.
Lo que más me ha impactado de todo este tinglado ha sido el regreso, dos días después de haber desaparecido, de los dos sherpas que, jugándose la vida, acompañaron casi hasta el final a Tolo Calafat (mis condolencias para su familia). Pudieron ser rescatados, colgándose del cable de un helicóptero; pero prefirieron enfrentarse a la montaña que al vacío. A pesar de la nieve que les llegaba por la rodilla, de la ventisca, de treinta grados bajo cero, de aludes, y de paredes verticales de hielo estos dos tipos han aparecido exhaustos pero vivos.
Me ha resultado inevitable rememorar algunas de mis lecturas de adolescencia. Recuerdo que, sentado junto a la mesa de la cocina de Portugalete me tragué de una sentada Viven (La tragedia de los Andes), uno de esos libros que te marcan, sobre todo si los lees con quince años. Y ese mismo verano, mi amigo Carlos Arranz me introdujo en la obra de Lobsang Rampa sobre los monjes tibetanos pero esa es otra historia.
Lo cierto es que, de vez en cuando, me alegra haber vuelto a saber lo que pasa en el mundo porque hay sucesos más novelescos que las propias novelas.

4 comentarios:

Feli dijo...

Yo con estas historias épicas de montañeros caídos en subidas o bajadas a cimas imposibles tengo sentimientos encontrados.

Por un lado los admiro, gracias a personas como ellas se ha llegado a todos los confines de la tierra, incluso a la Luna y se está construyendo una estación espacial, pero por otro lado cuando te enteras de las tragedias piensas ¿pero para qué te metes hombre? que tienes una vida por delante, una mujer, un hijo, una familia.... yo si fuera ellos creo que no declamaría su cuerpo, lo dejaría para siempre formando parte del paisaje por la conquista del cual ha sacrificado la vida y casi la de algún bendito que arriesga la suya en el rescate casi suicida.

No sé, con gente como yo supongo que no habríamos descubierto ni Salou (Tarragona). Me encanta viajar donde pueda llegar con una avión, coche, tren, autobús o cualquier otro medio de locomoción.

Bueno y lo de las carreras a ver quien conquista antes nosecuantos ochomiles, me sobra y mucho, yo también creía que era el desafío entre un grupo de personas y la montaña.

Lo siguiente será una liguilla y sino al tiempo.

Saludos.

Lola Montalvo dijo...

Ese montañero murió haciendo lo que le gustaba, lo que le fascinaba... Siento su muerte como la de cualquier ser humano. Para intentar rescatarlo otros casi pierden su propia vida. Y no pudo ser. Algunos expertos han opinado que la forma física de este montañero no era la más idónea para este reto... No opino.
Lo que no puedo dejar de pensar es en su esposa, en sus hijos... Ese tremendo dolor que les debe estar golpeando como un mazazo inmisericorde. Mis más sentidas condolencias por su pérdida: espero que encuentren consuelo algún día.
Gracias por esta entrada, Félix.
Besos miles

Anónimo dijo...

Cuando ocurren desgracias como esta, mucha gente se permite el lujo de juzgar al deportista. A todo el mundo, o a la mayoria, se le presenta una frase popular en sus mentes: " si no quieres polvo no vayas a la era". Pero en realidad las cosas no siempre son blancas o negras.
Yo, conocerdora de estos temas, puedo decir que el montañero, o cuaquier otro deportista que pone su vida en riesgo, no lo hace por demostrarle nada a nadie y, menos aun, por una liga. Es instinto. Es un sentimiento interior incontrolable. Puedes arrancarlo de tu mente pero no de tu corazón. Es un sentimiento que siempre está ahí, un pensamiento constante.
Cuando asciendes o desciendes el sufrimiento se convierte en satisfacción y, una vez, acabado el reto......se convierte en placer.
Semanas atrás falleció un compañero, volador de parapente, campeón del mundo de parapente de acrobacia, hijo menor del mejor instructor de parapente de España, hermano pequeño de, los también, campeones del mundo de acrobacia....pensais que a su familia no les ha pasado por la mente que algún día podía ocurrir????
Salimos a volar, subimos a montañas, descendemos por pistas con una enorme pendiente de nieve y.....jamás pensamos que nos puede pasar a nosotros. Es instinto, es placer....son sentimientos!.
Gracias Felix por hacer referencia al suceso.
Desde aqui mis mejores sentimientos para la familia de Tolo Calafat y de Alex Rodriguez ( 26 años )

Félix G. Modroño dijo...

Feli, supongo que hay que distinguir entre aventureros y exploradores.

Lola, tú lo has dicho: imposible juzgar.

Anónima, muy bien explicado.

Saludos cordiales.