Hoy estoy hastiado del mundanal ruido… en el sentido más amplio de la expresión. Hoy tengo uno de esos días en los que uno se encuentra cansado de todo. Uno de esos días en los que, sin saber muy bien por qué, uno se siente agobiado. Uno de esos días en los que uno se arrepiente de la responsabilidad asumida… de las responsabilidades asumidas. Uno de esos días en los que uno firmaría por perderse, a ser posible en una isla desierta o en una gran ciudad lejana.
Supongo que es una sensación generalizada.
Nos creamos demasiadas obligaciones, económicas y personales. Y, a veces, las obligaciones nos sobrepasan. Y eso que yo, en honor a la verdad, tampoco tengo muchos motivos para quejarme. Conozco mujeres maltratadas por sus maridos, madres que han perdido a sus hijos, personas que no pueden pagar la casa en la que vive su familia, hombres destruidos por la cocaína, enfermos terminales... Pero todo el mundo posee el derecho a no tener un buen día. Y ahí me encuentro yo. Sin motivo aparente.
En uno de esos días en los que me saltaría la dieta mediterránea para zamparme tres hamburguesas o en los que me acostaría para dormir veinticuatro horas seguidas. Uno de esos días en los que uno borraría de un plumazo el mundo que se ha construido a su alrededor, o mejor dicho, que ha dejado que se construya sin haber supervisado los planos.
Tomé la foto en mi búsqueda de escenarios para “La sangre de los crucificados”. Es el claustro del convento dominico de San Esteban en Salamanca. Una maravilla arquitectónica y un remanso de paz dentro de la ciudad. Es lo que más me gusta de los conventos de las ciudades. En unos segundos pasas de una calle llena de coches y prisas a un recinto donde el tiempo parece haberse detenido. A un lugar donde domina el silencio. Adoro el silencio. Adoro la paz. Adoro la tranquilidad.
Por eso, me gusta la noche para escribir. Se me pasan las horas sin darme cuenta. Me encanta arrastrarme somnoliento hasta la cama a altas horas de la madrugada. Lo malo es ese maldito despertador que me avisa de que he de dejar el mundo de los sueños y regresar a la realidad.
Hoy tengo uno de esos días en los que me metería en un convento. Pero tampoco me veo de monje. Ya se sabe. Madrugan para rezar y, además está el asunto ése de los votos. Decididamente, hoy no tengo un buen día.
Supongo que es una sensación generalizada.
Nos creamos demasiadas obligaciones, económicas y personales. Y, a veces, las obligaciones nos sobrepasan. Y eso que yo, en honor a la verdad, tampoco tengo muchos motivos para quejarme. Conozco mujeres maltratadas por sus maridos, madres que han perdido a sus hijos, personas que no pueden pagar la casa en la que vive su familia, hombres destruidos por la cocaína, enfermos terminales... Pero todo el mundo posee el derecho a no tener un buen día. Y ahí me encuentro yo. Sin motivo aparente.
En uno de esos días en los que me saltaría la dieta mediterránea para zamparme tres hamburguesas o en los que me acostaría para dormir veinticuatro horas seguidas. Uno de esos días en los que uno borraría de un plumazo el mundo que se ha construido a su alrededor, o mejor dicho, que ha dejado que se construya sin haber supervisado los planos.
Tomé la foto en mi búsqueda de escenarios para “La sangre de los crucificados”. Es el claustro del convento dominico de San Esteban en Salamanca. Una maravilla arquitectónica y un remanso de paz dentro de la ciudad. Es lo que más me gusta de los conventos de las ciudades. En unos segundos pasas de una calle llena de coches y prisas a un recinto donde el tiempo parece haberse detenido. A un lugar donde domina el silencio. Adoro el silencio. Adoro la paz. Adoro la tranquilidad.
Por eso, me gusta la noche para escribir. Se me pasan las horas sin darme cuenta. Me encanta arrastrarme somnoliento hasta la cama a altas horas de la madrugada. Lo malo es ese maldito despertador que me avisa de que he de dejar el mundo de los sueños y regresar a la realidad.
Hoy tengo uno de esos días en los que me metería en un convento. Pero tampoco me veo de monje. Ya se sabe. Madrugan para rezar y, además está el asunto ése de los votos. Decididamente, hoy no tengo un buen día.
1 comentario:
"Adoro el silencio, adoro la paz, adoro la tranquilidad". En este mundo, en estos días que vivimos, ya nadie le da valor al silencio, ¡con lo hermoso que es! Gracias a dios inventaron unos estupendos tapones de gomaespuma a los que me confieso una total adicta, para cuando el trajín del mundo me desborda y no lo puedo soportar. Me encanta tu blog. Creo que también me voy a hacer adicta a él.
Publicar un comentario