sábado, 26 de marzo de 2011

Un día en Madrid

El miércoles pasado, aprovechando que tenía una reunión de trabajo en Madrid, decidí madrugar para tomar el AVE, de modo que me diera tiempo de ver el Museo del Ferrocarril de las Delicias. Lo cierto es que me entraron ganas de conocerlo a raíz de que mi amigo Andrés Pérez Domínguez contara su visita en su blog.

Cualquiera que escriba una novela en la que aparezcan trenes, debería de pasarse por allí. En realidad, todo el mundo debería pasarse por allí. Los trenes antiguos tienen ese punto de nostalgia que nos asalta a todos los que, de jóvenes, viajábamos en tren y nos cruzábamos España en jornadas interminables. No digo ya nada de los que conocieron las locomotoras de vapor.

A pesar de tener poco tiempo y de que la estación estaba tomada por grupos de niños y de jubilados, pude realizar algunas fotos que me servirán para dar alguna que otra pincelada a mi novela. Ya se sabe que las novelas se publican para dejar de corregirse.

Tras la reunión, por la tarde, regresé andando a Atocha, no sin antes detenerme en el Gijón. Este viejo café es muy especial para mí y, en cada viaje a Madrid, procuro pasar unos minutos en él. Hace años, en mis primeras visitas, fabulaba con que algún día me sentaría en una de esas mesas reservadas para los artistas tertulianos.

La otra tarde, como tantas otras, una de esas mesas estaba ocupada por Antonio Granados Valdés. Estaba solo. Faltaban José Luis Coll, Manuel Alexandre… y tantos otros compañeros que yo vi sentados con él en otros tiempos, herederos a su vez de Cela, Jardiel Poncela, Lorca, Pérez Galdós, Ramón y Cajal, Valle-Inclán… Antonio Granados es el último tertuliano del Gijón. Por eso, estaba solo; con la única compañía de un vetusto transistor que tenía pegado a la oreja.

Antonio tomaba una infusión y tuve el impulso de decirle al camarero que quería invitarle. Al enterarse, el veterano bohemio, me pidió que me acercara y que me sentara con él, allí, en el Gijón, justo al lado de la placa que recuerda el Rincón de los Poetas, en una de esas mesas reservadas. Es difícil explicar las sensaciones que me invadieron o, tal vez, no quiera hacerlo y me las reserve para alguno de mis próximos personajes. Sólo diré que la sonrisa de mis labios, iba dirigida para mí mismo.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

También a mí el café Gijón me produce una emoción muy especial quizá por motivos más prosaicos, aunque para mí no menos importantes.

Hace unos años estaba allí sentado Manuel Alexandre, cuyo recuerdo me produce una gran ternura. Sin embargo, aquella tarde lo más emocionante para mí no fue verle allí, sino que yo estaba sentada en otra mesa cercana con alguien querido y desconocido a la vez.

Recuerdo vivamente el roce cercano de su cuerpo, la emoción y libertad de vivir lo inesperado, y los recuerdos encadenados de lo que vino después de aquel momento.

Es indescifrable lo que a cada uno puede sugerirnos un lugar, una imagen, una canción, una palabra... Ese jardín secreto que todos tenemos, al que nadie puede acceder, y parte del misterio que uno no puede perder.

Lola Montalvo dijo...

Preciosas fotos, sí, preciosas.
En cuanto al café... allí vi una vez a Alberti y a F. Fernán Gómez... por separado, en ocasiones distintas. Personas normales, tomado café y charlando. Besos miles
P.S. ahora, en primavera, todo el paseo de Recoletos y el paseo del Prado están espectaculares... tú lo sabes, ¿verdad? :DDD

Pax dijo...

Te entiendo perfectamente, Félix.
Hay lugares que parecen tener un aire diferente, han creado su propio oxígeno, cruzas la frontera a otro país de las maravillas. Incluso parece que en la puerta, en el umbral, haya una pequeña cámara de descompresión que te preparase para el siguiente paso.
Llama cuando vengas, un paseo sería fantástico.

Armando Rodera dijo...

Vaya, Félix, no sabía que andabas por Madrid. Y encima en la estación de Delicias!! Está a un pequeño paseo desde mi casa. Allí disfruté hace unos meses de la sonada presentación de Ken Follet en Madrid, que conté en mi blog.

El café Gijón me gusta mucho y hace tiempo que no paso. Yo también me he cruzado con rostros conocidos al pasar por allí, aunque ya cada vez quedan menos de esos grandes contertulios que mencionabas.

Espero que la visita fuera bien aprovechada. Un abrazo.

Alma dijo...

Preciosas fotos, pero lo mejor...la sonrisa para ti mismo...

Félix G. Modroño dijo...

Si las paredes de los viejos cafés hablaran,podrían contarnos miles de historias; unas reales y otras, quizás, irreales.
Bonito comentario, anónima.

Pues sí,Lola, esos nombres (como tantos otros) quedarán para siempre asociados al café Gijón. Un cordial saludo.

¡Amigo Pax! Amén a tus palabras (en fondo y forma). Queda pendiente ese paseo. Un abrazo.

Armando, desde luego, me parece un acierto el escenario elegido para la presentación del libro de Ken Follet... cosas de las grandes editorales y su marketing... y dichoso tú que acudiste (leí tu fenomenal crónica en tu blog). En cuanto al Gijón, es cierto que no queda casi nadie de los de antes, pero van apareciendo rostros nuevos que, en unos años, serán viejos. Un abrazo.

Félix G. Modroño dijo...

Sin duda, Alma. Gracias por tu comentario.
Un cordial saludo.

Pax dijo...

¿Firmas este año en Feria?
Yo si, el 29 de mayo. A ver si estás por esas fechas.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

"Creamos nuestra vida a partir de la imaginación... la pasión lo cambia todo" son palabras de Ken Robinson que desarrolla en el video del enlace. De la creatividad depende descubrir cuál o cuáles son nuestros talentos, nuestra pasión. Y eso es válido para los escritores, pero también para cualquiera que quiera disfrutar de la vida con plenitud haga lo que haga.

http://www.rtve.es/television/20110327/todos-tenemos-capacidad-ser-creativos/420223.shtml

Me estoy acordando de aquel domingo de mayo que estaba Manuel Alexander en el Café Gijón. Al año siguiente (2005) interpretaba su primer papel protagonista en "Elsa y Fred". Su personaje de octogenario resignado no puede ser más ilustrativo. Efectivamente la pasión le cambió la vida, en ese caso vivir un romance adolescente en el ocaso de su vida, un adorable Manuel Alexander...