Hoy llueve en Sevilla. Me gustan los días de luz, siempre y cuando no apriete el calor, pero adoro la lluvia. Quizás sea porque cuando regresa la infancia en forma de recuerdos, una parte de lo que llevamos dentro se siente como en casa.
Una foto, el regreso de un amigo, una película… un día de lluvia nos devuelve, de forma efímera, a ese lugar del que nunca quisimos salir. Para mí la lluvia es una máquina del tiempo que transporta mi mente a los días grises de Bilbao o de Portugalete.
Desde entonces me ha costado cobijarme bajo un paraguas. Parece que cuando uno es niño no lo necesita. Por eso, cuando la responsabilidad me invade más de la cuenta, sencillamente salgo a la calle un día como éste, miro hacia arriba y permito que el agua arrastre mi estrés hasta el mar.
Una foto, el regreso de un amigo, una película… un día de lluvia nos devuelve, de forma efímera, a ese lugar del que nunca quisimos salir. Para mí la lluvia es una máquina del tiempo que transporta mi mente a los días grises de Bilbao o de Portugalete.
Desde entonces me ha costado cobijarme bajo un paraguas. Parece que cuando uno es niño no lo necesita. Por eso, cuando la responsabilidad me invade más de la cuenta, sencillamente salgo a la calle un día como éste, miro hacia arriba y permito que el agua arrastre mi estrés hasta el mar.
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