El cortejo fúnebre ascendía con aire cansino hacia la cima del Colisa. Unas pocas plañideras lloraban sin demasiada convicción. Los demás rostros del escaso grupo denotaban más cansancio que tristeza. Sólo una joven mujer parecía sentir la pérdida del difunto, misteriosamente asesinado. El sol de julio se mostró galante, atenuando la fuerza de sus rayos para incidir con suavidad en la muchacha. La rubia cabellera de Gorane Otamendi brillaba altiva sobre su ropaje enlutado. Era la única persona empeñada en acatar la última voluntad de su primo de ser sepultado en la ermita de San Sebastián y San Roque, en lo más alto de su querido monte. Una voluntad expresada por quien conocía con certeza el momento de su muerte.
Así empezarán (más o menos) las nuevas aventuras de don Fernando de Zúñiga, que si el tiempo (en este caso el que me falta para terminar la novela) y las autoridades (editoriales, por supuesto) lo permiten, verán la luz en la próxima primavera.
Quien me haya leído, habrá intuido que tengo manía por el rigor, y no sólo histórico. Así pues, dado que la historia comenzaba en Balmaseda, y más concretamente en el monte Kolitza (en la novela, lo escribo con el nombre que tenía en el siglo XVII, al igual que el resto de topónimos vascos) y habiendo leído que la subidita se las traía, allí que me fui a experimentar el cansancio en mis propias carnes y recordar mis tiempos de scout en Portugalete. He de confesar que casi no llego y eso que hice bastante recorrido en coche. Los años y los kilos tienen esas cosas.
En fin, las imágenes corresponden a la ermita y a las impresionantes vistas que se divisan desde lo alto. Como suele ser habitual, las fotos no hacen justicia a la belleza del lugar.
Pero lo más importante para mí es poder asemejar mi segunda novela con el Kolitza. A pesar del cansancio y las típicas dudas de novelista, estoy muy cerca de la cima y a punto de coronarla. O lo que es lo mismo, atacando el último capítulo. El título del libro lo tengo ya, pero aún no le revelaré. Poco a poco, quizás vaya desvelando algunas de sus claves. Mientras tanto, espero que disfruten de este breve anticipo.
Así empezarán (más o menos) las nuevas aventuras de don Fernando de Zúñiga, que si el tiempo (en este caso el que me falta para terminar la novela) y las autoridades (editoriales, por supuesto) lo permiten, verán la luz en la próxima primavera.
Quien me haya leído, habrá intuido que tengo manía por el rigor, y no sólo histórico. Así pues, dado que la historia comenzaba en Balmaseda, y más concretamente en el monte Kolitza (en la novela, lo escribo con el nombre que tenía en el siglo XVII, al igual que el resto de topónimos vascos) y habiendo leído que la subidita se las traía, allí que me fui a experimentar el cansancio en mis propias carnes y recordar mis tiempos de scout en Portugalete. He de confesar que casi no llego y eso que hice bastante recorrido en coche. Los años y los kilos tienen esas cosas.
En fin, las imágenes corresponden a la ermita y a las impresionantes vistas que se divisan desde lo alto. Como suele ser habitual, las fotos no hacen justicia a la belleza del lugar.
Pero lo más importante para mí es poder asemejar mi segunda novela con el Kolitza. A pesar del cansancio y las típicas dudas de novelista, estoy muy cerca de la cima y a punto de coronarla. O lo que es lo mismo, atacando el último capítulo. El título del libro lo tengo ya, pero aún no le revelaré. Poco a poco, quizás vaya desvelando algunas de sus claves. Mientras tanto, espero que disfruten de este breve anticipo.
1 comentario:
Tiene buena pinta...
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