No es que me mueva especialmente el espíritu navideño, pero dado que hoy es Nochebuena tampoco es plan de saltársela sin más. Una de mis películas favoritas es ¡Qué bello es vivir! (It´s a wonderful life) dirigida por Frank Capra casi diez años después de consagrarse con la magnífica Sucedió una noche (It happened one night).
Así que hoy haré una excepción, sin que sirva de precedente, y no incluiré ninguna de mis fotografías.
La trama se inicia precisamente tal día como hoy. El telón de fondo de la Navidad y un final feliz y apastelado no es que me entusiasmen, pero hay que tener en cuenta que Cappa la rodó justo después de terminar la II Guerra Mundial, en la que trabajó como documentalista. Y después de tanto horror, la humanidad necesitaba películas para congraciarse de nuevo consigo misma.
Lo que más me interesa de la historia es que a George Bailey (James Stewart), cuando está a punto de suicidarse, se le aparece Clarence, un ángel que tiene que ganarse las alas. Clarence le hace ver lo que hubiera sido del mundo que le rodea si él no hubiera existido. Me encanta. Muchas veces he reflexionado sobre cómo un nimio detalle, incluso de una persona anónima, puede cambiarle a alguien la vida… para bien o para mal.
Esta mañana presencié como un hombre resbalaba justo antes de que pasara el tranvía a su lado. Afortunadamente no pasó nada y se quedó a escasos centímetros de la muerte. El tipo estaba haciendo una foto y pisó una cáscara de plátano. Una mondadura que previamente alguien había tirado al suelo. Hubiese sido muy triste morir por la mala educación de un desconocido.
Pero cada uno de nosotros podría contar mil historias propias al respecto. Mil historias que han ido situándonos en el camino en el que nos encontramos. Desde el momento en que se conocieron nuestros padres, hasta hoy. Todos nos hemos topado con personas que, de un modo u otro, han ido forjando nuestra existencia. El profesor que orientó tu futuro, el amor que te abandonó, el amigo que siempre está ahí…
En fin, esto simplemente nos vale para recordarnos que muchas de las cosas que hacemos, a veces sin darnos cuenta, repercuten en las personas que nos rodean. Así que ya saben, a portarse bien. Por cierto, las campanitas sonaron en el árbol de Navidad en casa de los Bailey… y es que Clarence había conseguido sus alas.
Así que hoy haré una excepción, sin que sirva de precedente, y no incluiré ninguna de mis fotografías.
La trama se inicia precisamente tal día como hoy. El telón de fondo de la Navidad y un final feliz y apastelado no es que me entusiasmen, pero hay que tener en cuenta que Cappa la rodó justo después de terminar la II Guerra Mundial, en la que trabajó como documentalista. Y después de tanto horror, la humanidad necesitaba películas para congraciarse de nuevo consigo misma.
Lo que más me interesa de la historia es que a George Bailey (James Stewart), cuando está a punto de suicidarse, se le aparece Clarence, un ángel que tiene que ganarse las alas. Clarence le hace ver lo que hubiera sido del mundo que le rodea si él no hubiera existido. Me encanta. Muchas veces he reflexionado sobre cómo un nimio detalle, incluso de una persona anónima, puede cambiarle a alguien la vida… para bien o para mal.
Esta mañana presencié como un hombre resbalaba justo antes de que pasara el tranvía a su lado. Afortunadamente no pasó nada y se quedó a escasos centímetros de la muerte. El tipo estaba haciendo una foto y pisó una cáscara de plátano. Una mondadura que previamente alguien había tirado al suelo. Hubiese sido muy triste morir por la mala educación de un desconocido.
Pero cada uno de nosotros podría contar mil historias propias al respecto. Mil historias que han ido situándonos en el camino en el que nos encontramos. Desde el momento en que se conocieron nuestros padres, hasta hoy. Todos nos hemos topado con personas que, de un modo u otro, han ido forjando nuestra existencia. El profesor que orientó tu futuro, el amor que te abandonó, el amigo que siempre está ahí…
En fin, esto simplemente nos vale para recordarnos que muchas de las cosas que hacemos, a veces sin darnos cuenta, repercuten en las personas que nos rodean. Así que ya saben, a portarse bien. Por cierto, las campanitas sonaron en el árbol de Navidad en casa de los Bailey… y es que Clarence había conseguido sus alas.
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